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viernes, febrero 21, 2014

El chico de la mirada oscura y la niña de la sonrisa partida...

Entre el alfeizar de su ventana y mi boca apenas quedaba un suspiro. Un suspiro de ida que jamás tornaba de vuelta. No puedo engañaros, ese suspiro casi nunca salió de mi boca. Aquellos labios de sonrisa partida, de cicatriz en experiencia de recuerdos mal vividos, de idas a un yo que yo no era y a un final sin final... aquella forma de juzgarme tan mezquina, tan llena de un todo vacío que comparaba mi ser con el resto del mundo. Siempre he sido un engreído diferente, quizá porque nunca me he sentido como tal. Aquella niña de sonrisa partida, ojo cerrado y cuello vuelto a hombro ajeno dejaba caer el peso de su pasado sobre la camisa desordenada que llevaba puesta. Ese pasado que apuntaba con el dedo acusando de lo desigual de la memoria, de la valentía de un presente invicto en besos y miedos. Mis ojos tatuados a tinta negra siempre empequeñecen su pupila con el exceso de luz. Mi mirada tremendamente oscura siempre entendió demasiado de pensamientos pero poco de sentires y creyendo que valía con creer se entregó en cuerpo y alma. Sus pasos al lado de los míos, su brazo suave, su olor acompañando mis pasos, mis brazos, mi aroma... y por momentos tan distante como el vuelo de ánades en invierno. Esa sonrisa partida que siempre entendió de sentimientos y menos de pensamientos, que conjugaba el verbo querer en pretérito imperfecto y dejaba para ayer todo lo que podía hacerse mañana. Esos ojos gastados de ver en blanco y negro odiaban el verbo ser... odiaban el ingenuo trabajo de recolectar deseos, desordenar frases y apuntar la hora exacta o el número preciso de vueltas que daba a la cucharilla cada vez que meneaba el azúcar del café. Entre mi boca y el alfeizar de su ventana marchitaron miles de días, las flores de los geranios, los pocos soles de invierno y alguna que otra gana... Se enfriaron los párpados y las manos, los pecados, los días que no aprovechamos para besarnos y algún que otro bizcocho al fresco de abril. Y entre callejones sin salida, jugando a ser inmortales, él se enamoró de aquella sonrisa partida, ciego de ver con su mirada oscura, buscando las ecuaciones imperfectas, las vendas de las heridas y el silencio de quien otorga callando por no contar lo que duele... Él espera respuestas que nunca obtienen preguntas... ella jamás se refleja en el negro iris de su mirada oscura.

viernes, diciembre 13, 2013

El último trocito de papel
tu sombría mirada
el llanto de aquella mujer
tus pies y manos heladas.
Entre el camino desandado ayer
y mis dudas de montañas,
de sístoles y diástoles de aguamiel
de cierre al aire de contraventanas.
Y el futuro es tu rostro, es tu vejez,
al lado de mi brazo retorcido
como el tronco carcomido de mi tez
y las hojas verde olivo del olvido.
Siénteme tan cerca que no llores
en las horas de hastío del mañana
no agotes nunca esas risas, esas poses
de niña traviesa que pide diez minutos más de cama.
Y entre el rostro de lo hablado,
del iris que susurra,
de mi oído sordo de recitar palabras
el bienvenido a fuego de poeta... que no quiero ser contigo.
Perdona amor por ser a veces tu amigo.
Perdona amor por parecer, en ocasiones, tu enemigo.

Tiempo

Aquel castillo de naipes de conversaciones nocturnas, con su foso y sus papeles pintados… aquellos juegos de artificio de preguntas, de comodines y sueños de conocernos… en esos momentos en los que tus labios eran de otro, siempre repetido, y mis manos tecleaban frases hechas a otros oídos que tampoco eran los tuyos… aquel pasado farsante que interpretaba su papel inmortal, su extravagante desafío con final feliz. Entre los albores de un marzo caduco y los estertores de un diciembre frío se ciñe nuestra historia. Hoy el hoy es más hoy que nunca y el ayer se presenta camuflado entre dimes y diretes de antifaz gastado. Nunca he sabido bien qué fuimos, qué pasos dimos hasta toparnos con la luna llena de gotas que marcaron nuestros primeros andares… tampoco me importa, o quizá sí. Aquel papel tuyo tan bien interpretado que llegó a convencerme de tu locura, aquel desfile de miedos y renuncias a lo que éramos hasta entonces… Gastado el verano pasó el otoño, acompañado de acordeones en mi pecho que tocaban músicas que jamás escuché en otro lado. En esos caminitos de cenizas y fotos en blanco y negro que recordaban que el fuego quema; en esos paisajes que yo conocí con otro nombre, otra fecha y otras compañías. Recogido el trigo el campo queda vacío, ese campo que te morías por enseñarme verdear y que yo lo conocí amarillo. A la grupa de momentos inconfesables me he convertido en el hombre más feliz del mundo… aunque en las crines poco aseadas algún restregón me he pegado. He compartido contigo más promesas que con nadie… he renunciado a mi lógica por momentos y desafío constantemente al ser que se inclina a no moverse y que lleva anclado en mí como una losa desde hace años… y aunque el reto es complicado creo que le voy venciendo, aunque me cuesta, pero el premio es demasiado grande como para no hacerlo. Entre aquellos vientos de marzo y éstos hay un mundo de diferencias. Hay horas para detener el mundo, bancos de parques, canciones y un par de corazones, al menos uno, que no sabe dónde se anda pero se muere por verte… Entre tanta cosa el siempre recordado tiempo… ese tiempo tan mío no hace mucho, tan poco compartible, tan egoísta… ese tiempo que sonaba brusco al decirte que se gastaba como su propietario quería… hoy tengo la certeza de que el tiempo, este tiempo, no es de nadie… que nunca fue mío por no darme aún cuenta de lo que tú sí te dabas… tampoco tuyo por no atreverte a robármelo y gastarlo como bien debiera ser gastado… y nuestro… nuestro es el tiempo que queda… todo entero... si tú quieres. 

miércoles, diciembre 11, 2013

Perdones

Sólo sé que entre las cicatrices de tu alma estaba la aguja con hilos que cosía las mías. Sólo sé que en el aletear de párpados de tus ojos vivían mis promesas más marchitas. Olvidé el gasto de horas grises, el humo, mis cuatro paredes… los gestos vencidos, mis venas, mis manos encallecidas, el peine. Recobré la luz en la arboleda perdida, en la hojarasca que dejó heridas de guerra y nos convenció de comprarnos un mundo rectangular de rayas verdes, azules, blancas y amarillas… un mundo suficientemente pequeño para vivir agarrados, de costado, sintiendo el respirar de tu pecho sobre mi mano inerte. Me prometiste el tiempo, la verdad, el futuro, tus pasos de baile. De vez en cuando vuelven a regar mis pies tus ojos cansados… de vez en cuando recolecto soles y trato de entregarte todos y cada uno de ellos…pero hay días que se me resbalan y caen quebrados al cielo. En mi camino de piedras amarillas de direcciones marcadas y tu duda constante sobre mi ser o no ser. Te quiero demasiado para decírtelo y sin embargo me traiciono cada día más de cien veces... te quiero tan mía que me doy hasta miedo... y mis ganas nunca ganan la partida a tus dudas... y mi ilusión se queda en nada, en paso quebrado, en silencio... Mis más sinceros perdones, vida mía... te quiero demasiado por eso... sólo por eso... 

viernes, septiembre 13, 2013

_-Nunca una risa iluminó así-_

  • - Nunca una risa iluminó así – Solía repetirse una y otra vez lo mismo para sus adentros. - Nunca una risa... -

Aquella risa era una mescolanza de añoranza, paz y deseo. Lo suficiente para suponer un faro en la oscuridad a cualquier oído que la escuchase. Pausada, con mirada de canela y miel, de labios rotos por morder ilusiones y una mezcla a olor añejo y brisa fresca. Dio un portazo a aquella vida mía dormida y falseada para poner el mundo patas arriba, mi mundo... Comenzó por recoger y ordenar los recuerdos, esparcidos por doquier en un amasijo de nervios, miedos y besos guardados. Abrió las ventanas mal encaradas de mis ojos para encontrarse con los suyos. El tacto frío de la luna impregnado en cada pequeño lunar de sus brazos, de su espalda, el cuello terso y suave como ropa recién lavada. Y llovía. Aquellos primeros paseos entre rosas amarillas devoradas por el tiempo, cuestas de subida y de bajada y visitas a templos que no estaban escondidos en su cuerpo. Las calles mojadas, la gente alrededor y un batir de alas incesante para subir al cielo... y la certeza de que todos los dioses me guiñaron el ojo en la Almudena.

Es verdad que nunca una risa iluminó así. Es verdad que otras risas vinieron antes y con la misma fuerza que vinieron quisieron marcharse, llenas de cosas, buenas y malas, dejando las habitaciones plagadas de recuerdos, esparcidos por doquier. Es verdad que ahora que no estás añoro cada segundo como si no hubiesen existido antes segundos previos cargados de risas que iluminaban así. Entre miedos y pasados, entre dimes y diretes, quebrados los pasos por desandar calles infinitas, tus manos frías surcando mi espalda, los trovadores de besos en mejillas musicalmente imperfectas, tus pendientes caídos, tus heridas de guerra, tus pies devorados, mi paraguas, el agua que calaba el cuello de mi camisa, tus medias y las horas... y por supuesto tu risa... porque es cierto, porque sí, porque... nunca una risa iluminó así.

sábado, diciembre 31, 2011

El 2012 es un arma cargada de futuro...

   Una de las pocas cosas ciertas en este mundo es que todo tiene un principio y un final y que a su vez todo final supone el comienzo de un nuevo principio. Hoy es uno de esos días en los que este hecho se hace más patente. El 2011 nos abandona cargado de elementos que invitan al pesimismo… crisis, paro, recesión, guerras, corrupción… Sin embargo hay otra cosa cierta en este mundo que es que dentro de todo lo bueno hay algo malo y al revés… Este 2011 ha sido el año en el que:

-       Se ha descubierto que los antirretrovirales para pacientes del VIH funcionan también para prevenir su contagio (estudio HIV Prevention Trials Network 052).

-      Se ha descubierto una vacuna que podría proteger de la malaria a más del 50% de la población infantil en África (vacuna RTS,S).

-      Se ha descubierto la función de las células senescentes, encargadas del envejecimiento humano, permitiendo que los ratones a los que se las extrajeron no vivieran más tiempo, pero sí en mejores condiciones de salud.

-     Se descubrieron dos nubes de gas prístino que podrían ser restos de la Gran Explosión, lo que podría dar respuesta a múltiples dudas sobre la formación del Universo.

-      España sigue estando a la cabeza del mundo en lo que a donación de órganos se refiere, con un récord histórico gracias a las familias de 39 donantes que permitieron dar esperanza a 94 personas que recibieron sus distintos órganos en 42 hospitales distintos de España y Portugal en apenas 72 horas. España, pese al descenso de las donaciones a finales de 2010 con respecto a finales del 2009, ha vuelto a aumentar en casi un 10% el número de donaciones a Junio de este año gracias al descenso de las negativas familiares. Los números totales a Mayo de este año eran de 707 donantes, permitiendo 1531 donaciones, con un promedio de 11 donaciones diarias.

-          Movimientos populares se han levantado pacíficamente reclamando nuevas libertades y derechos. Lejos de ser un movimiento local ha sido un movimiento macrosocial afectando por igual a países con estructuras de gobierno dispares y religiones diversas. El mundo se sigue moviendo, aunque este movimiento sea lento y en ocasiones, por parte de los que tienen el poder, reprimido de forma vilenta.

   Así que nada, existe todo un presente por hacer y ese presente no lo harán ni los que estuvieron ayer ni los que vendrán mañana. Podemos cruzarnos de brazos y esperar o podemos movernos al son de la música que toquemos entre todos. El 2012 es nuestro, nos pertenece y de nosotros depende que sea un buen año para los que están por venir. Es una responsabilidad, no cabe duda, pero también es un lujo… construyamos un imposible lleno de posibles… Versionando a Gabriel Celaya…

EL 2012 ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO… DE NUESTRO FUTURO!!! FELIZ FUTURO PARA TODOS…

jueves, noviembre 03, 2011

Paul y Alice: Capítulo 2.- La distancia...

  • Paul, te echo de menos.
  • ¿Ya estamos otra vez con lo mismo Alice? Sabes que yo no fui el que quería aceptar este trabajo de mierda, en este país de mierda. Sabes que los dos decidimos que era lo mejor y que merecía la pena intentarlo aunque eso supusiera estar separados el uno del otro.
  • Sí Paul, ¿y qué tiene que ver todo eso con que te eche o te deje de echar de menos? ¿Acaso el que decidiéramos juntos algo implica que no pueda tener sentimientos? ¿Acaso no pudimos equivocarnos, o ni siquiera eso, acaso no pudimos acertar y aún así pagar sus consecuencias?
  • Sí joder, Alice, claro que puedes pero... es esta mierda cariño, el trabajo, la distancia... no estoy bien aquí y cada te echo de menos que pronuncias me sienta como un navajazo. No sé si merece la pena tanto esfuerzo.
  • Paul recuerda el porqué estás allí. No me gusta tener que hablar contigo a través de un teléfono. No me gusta meterme en la cama y que no estés, ni me gusta que la casa haya perdido tu olor con el paso de las semanas. Pero recuerda que es sólo un año y es una enorme oportunidad para que luego las cosas nos vayan mejor...
  • ¿Luego? ¿y cuándo es luego Alice? ¿Mañana? ¿Pasado? ¿Dentro de un año, de dos tal vez? ¿tú no eras la que quería saber todo de mi por si nos moríamos mañana? No Alice, las cosas no se miden por lo que podamos ser en el futuro, las cosas se miden por lo que somos hoy, y hoy somos aire, somos distancia, somos una línea de teléfono que funciona cuando quiere, un recuerdo lleno de añoranza, una foto que me diste hace tiempo que guardo en mi cartera y beso diez veces a lo largo del día. Eso es lo que somos Alice, no te engañes, somos las ganas sin poder plantearnos ser algo más. Somos kilómetros y kilómetros de caminos que me llevarían a verte, sin poder tomar ninguno.
  • ¿Y tengo yo la culpa de eso, Paul?
  • No
  • ¿Entonces por qué lo dices como un reproche?
  • Porque es un reproche... pero no es un reproche contra ti, es un reproche contra la vida, contra mí mismo por no salir corriendo ahora mismo a montarme en el primer avión que me lleve a tu lado; por ser un cobarde aparentando ser otra cosa. ¿Alice, tú sabes que te quiero verdad?
  • Sí Paul, claro...
  • ¿Seguro?
  • Pues claro que sí, qué tontería...
  • ¿Y tú, sabes si me quieres?
  • ¡Paul!
  • Sí, Alice, necesito oírtelo decir...
  • ¿Acaso lo dudas?
  • No Alice, sólo necesito oírtelo decir.
  • Te quiero, claro que te quiero. Por favor, no se te ocurra dudarlo.
  • Alice, si pudiera verte cada día aunque fueran cinco minutos...
  • ¿Por qué te torturas así? ¿Por qué no buscas las cosas buenas en lugar de sólo las malas? ¿Crees que porque yo esté aquí, en casa, las cosas son más sencillas? ¿Crees que no me duele entrar en casa y verla tan vacía, que no haya un mísero rastro de ti, que no haya ningún mensaje como los que acostumbrabas a dejarme en los imanes de la nevera? ¿Crees que yo no deseo como tú que lleguen las once de la noche para tratar de hablar contigo? ¿Crees que me voy a trabajar cada mañana feliz sin que tú me hayas tapado del frío por la noche dada mi maldita manía de destaparme? Pues vale ya Paul. Lamentablemente no tenemos quince años para andar jugando a tonterías. Siempre me has acusado de que soy demasiado sensible, de que me tomo la vida demasiado enserio y le doy importancia a detalles que no los tienen. Paul, te quiero, te lo repito y te lo repetiré las veces que haga falta para que nunca se te olvide, pero no estoy dispuesta a esto. Quieres, por un instante, dejar de autocompadecerte y ver que la vida continúa... que por mucho que te quedes lamentándote a través del teléfono ni siquiera has sido capaz de preguntarme qué tal estoy. Te quieres dar cuenta de que existe algo más que tu ombligo, tus problemas y que esto no es una competición de ver quién lo pasa peor sino de tratar que los dos lo pasemos lo mejor posible. Pues ya basta Paul... no van a existir agujeros por los que me puedas mirar, ni vas a estar por las noches dándome calor; no me vas a dejar notas en la nevera ni yo voy a plancharte las camisas como a ti te gustan... cuanto antes lo asumamos, cuanto antes seamos capaces de saber que estamos ahí, aunque no podamos tenernos y que ambos nos apoyamos en esto, antes pasará el tiempo y las cosas se normalizarán. No quiero verme cohibida al decir te echo de menos, porque el día que tenga que tragarme un te echo de menos para que no te duela, entonces, ese día, ya no tendré ganas de decirte te echo de menos ni nada de nada.
  • Alice...
  • No Paul, ni Alice ni nada.
  • ¿Por qué te pones ahora así?
  • Porque estoy cansada de esa sensación de ser la mala en esta historia. Porque no me gusta que me hagan quedar como la mala sin serlo...
  • ¿Pero de dónde sacas esa conclusión?
  • Paul, que nos conocemos.
  • Por lo que se ve no lo suficiente.
  • Y tú Paul, ¿tú sí me conoces lo suficiente?
  • No jodas Alice, no saques las cosas de contexto, no tengo ningún interés en discutir contigo y menos por teléfono.
  • Paul, será que ahora no te apetece discutir, porque hace un rato no lo tengo yo tan claro.
  • ¿Qué quieres que te diga Alice,que sí, que quería discutir contigo? ¿Así te quedas tranquila? Sí Alice, quería discutir contigo... joder, es un remate cojonudo para un día cojonudo, maravilloso.
  • ¿Tenemos que gastar la media hora que tenemos al día para hablar en decir tonterías?
  • Parece ser que sí, que es lo que nos gusta...
  • ¡Paul!
  • ¡Alice!
  • Yo no soy la mala.
  • Y otra vez... ¿pero cuándo te he dicho yo que seas la mala? ¿tú eres el trabajo? ¿tú eres este país? ¿acaso tú eres la distancia? Alice, yo estoy jodido por muchas cosas, es verdad, pero si algo aún me mantiene ilusionado es poder hablar contigo cada noche... joder sólo te he pedido que me dijeras te quiero...
  • Y yo sólo te he dicho que te echaba de menos...
  • Está bien Alice, está bien, olvidemos todo.
  • Yo no sé hacer así las cosas Paul, para mi no es tan sencillo.
  • ¡Buenas noches Alice!
  • No Paul, que yo no sé así...
  • Vamos... intentalo...
  • ¡Buenas noches Paul!
  • ¿Cómo estás, cariño?
  • Me parece tan ridículo esto...
  • ¡Joder!
  • Si es que es verdad...
  • ¿Cómo estás cariño?
  • Bien Paul, te echo de menos.
  • Yo también a ti Alice.
  • ¿Y no hubiera sido más fácil empezar así desde el principio?
  • Sabes Alice, te quiero demasiado.
  • Sabes Paul, en el querer, nunca es demasiado.
  • Sólo queda un minuto.
  • Lo sé.
  • Mañana entro en el turno de noche, así que no vamos a poder hablar.
  • ¿Hasta cuando?
  • En principio es toda la semana, pero trataré de cambiarle el miércoles a un compañero.
  • Por favor, consíguelo.
  • No prometo nada.
  • Somos tontos.
  • ¿Ahora te das cuenta?
  • No era un descubrimiento, sólo una afirmación.
  • Alice, cuídate mucho.
  • Paul, saldremos de esta.
  • No lo dudes ni un instante.
  • Te quiero Paul.
  • Alice, te echo de menos.

Pi,pi,pi,pi,pi,pi,pi,pi,pi,pi,pi,pi,pi............................

lunes, octubre 31, 2011

La sombra...

Adolecía de mañanas y odiaba las noches. No acostumbraba a descolgar el teléfono salvo para lanzarlo por los aires. Se teñía el pelo cada semana de diferentes colores. La cama sin hacer, con las sábanas revueltas. El maquillaje desperdigado por el cuarto de baño. La ropa sucia en conquista de montañas por doquier. El café de hace semanas en la cafetera se tornaba grisáceo más que marrón. El cenicero rebosante de humo, los dedos negros, el tacto áspero, la duda. Los pájaros hacía tiempo que tenían su morada entre la cocina y el pasillo de la entrada. Los dientes mellados, el pecho roído y un disparo en la sien. Rojo carmín de labios esparcido por el suelo y una música de jazz salía del altavoz de la pared. Huía de despedidas, sólo las necesarias para creerse viva. Huía de conquistas sin sentido cuando sólo buscaba sexo y el salón era un museo de pinturas acrílicas. En aquella casa sin hacer todo estaba terminado. El amor saltó el primero por el balcón, con las lilas y las macetas. Comenzó a mudarse de piel en el tercer invierno de hielo, en la cuarta cama vacía, en el sexto whisky del mueble-bar. El pensamiento le quedaba siempre pequeño, las ganas grandes, el alma corta y las venas demasiado a la vista. Era pulcra pese a todo y el desorden era un todo ordenado de claves y latitudes. El destino era un farsante. Sus zapatos de charol no los robó de los píes de ninguna bruja y caducaban en naranjas las baldosas amarillas. La lágrima era de hierro, de ahí el daño al salir. La risa apenas una mueca pasajera, como por lástima. El pelo liso y negro dagas afiladas cual serpientes de Medusa. Cierto que llegó a petrificarme con su mirar, pero no tuve que andar a gatas y de espaldas para tocar su rostro, no me hizo falta. Nunca quise llegar tan lejos, sin embargo mis pasos empujaban en dirección prohibida. Aquella escalera de incendios siempre estaba rota y entrar por la puerta era demasiado aburrido. Posaba algodones, lienzos, óculos, monedas, aserraba hoyes, escondía notas, roía iras, quemaba esclavos pardos, indolentes, cautivos, así donde otros habían cambiado en luces blancas. Sus alas prometidas no terminaron nunca de brotar en su espalda. La bombilla fundida, la alfombra rasgada, y el tintineo de las campanas de la puerta cada vez que soplaba el viento. En otro tiempo hubiera sido quemada por bruja. En otro planeta venerada por diosa. Después de mucho tiempo de analizar su cuerpo nunca encontraron su alma. Había huido en el aleteo de una mariposa. En realidad no era una mariposa, era una polilla marrón que frecuentaba los geranios de la cocina, pero eso es lo de menos. Su adiós tan de teatro, tan de película muda, tan geométrica. En su cartera únicamente una foto dedicada… “búscame donde terminan los sueños” y decidió despertar de la manera más brusca. Las vecinas que nunca oían nada tampoco escucharon esta vez. La mueca en forma de sonrisa, de paz suprema, de un epitafio en jolgorio con banda de Nueva Orleans. Los peces todos muertos menos uno, el que yo le regalé antes de conocerla. Y en la percha de la entrada mi sombrero y mi gabardina gris. Quise abandonar la estancia como el humo que busca desesperadamente un hueco por donde salir. La sombra de la mujer que quería yacía en un apartamento ruinoso… de ella, de la de verdad, nada se sabía salvo la nota que dejó bajo el felpudo… “A la atención de los sueños… hoy asesino mi sombra pensando en otro mañana. No me busques, no me has de encontrar tan fácilmente ni me limitaré a irte dejando miguitas de pan. No pienses que soy la niña frágil que conociste ni la mujer madura que pretendías ver… mis arrugas han envejecido al son de otros violines que nunca fueron el tuyo… No trates de perseguirme, no trates de recordarme, no trates de ser lo que un día fuimos… es un esfuerzo vano. Reanuda tu camino, cual mercenario te obsequio con todo lo que encuentres en este espacio que era el mío… las rosas rojas que me regalaste me las llevo, el pez te lo devuelvo y mi sombra es buena en noches de tormenta, que siempre abrigó del frío.” Cerré aquella nota y le prendí fuego. En el reloj daban las once y media. Cogí aquella sombra y la plegué… tomé mi gabardina y mi sombrero, me encendí un cigarro, introduje al pez en una bolsa y cerré la puerta sin nunca más saber nada de ella. Y mentía… mentía sobremanera cuando decía que en noches de tormenta su sombra abrigaba, pues jamás calmó el frío que dejó aquel último portazo. 


Aunque nos separe algo más que arena de playa, agua y adoquines...

En aquellos lejanos tiempos de jugar a conquistar lunas dejé perdida mi escalera de trepar muros y mis botas de saltar estrellas. En aquellos deambulares de metro a metro y desandares a altas horas de la noche. Aquel frío tan frío en despedidas en portal que otrora nos viera vencer, con mis guantes prestados, mi bufanda perdida y mis ganas prendidas del roce de una mejilla con otra. En aquel desierto de luces de hielo, donde mi mayor victoria fue ver nevar, donde mi mano dibujaba cuadros en poesía sobre tu espalda. Aquel vaso compartido de licor, aquella estrategia en vía muerta por conquistar Argentina entera, aquel lugar donde el parpadeo era morse y tus labios un iceberg donde encallar. De aquello hoy sólo quedan recuerdos de un banco lleno de grafitis de aquel parque por donde ya casi nunca paso, unas letras mal escritas a las que vuelvo de vez en cuando y la lejanía de saberte perdida por el mundo. A la súplica desdichada de un quédate más tiempo le acompañó una rendición con rehenes condenados a muerte, unos aliados sublevados que tornaron a enemigos y una fina calidez en huelga. De tus miedos con certeza que provocaban mis miedos, de tus silencios con olor a lavanda y café, de mis primeras clases de Historia rodeadas del deseo de besarte. De aquellos tiempos no conservo ni una mísera foto compartida, apenas una carta y las horas de ausencia en las que te eché de menos… me queda la microeconomía, la entrada a una biblioteca y la certeza de haberte querido sin saberte querer… unas amigas que nunca fueron mías, sólo prestadas, unas escaleras de subida hacia el pasado y un hasta siempre que nunca te pude dar. Después, de vez en cuando, nos volvimos a ver… incluso charlamos amistosamente entre un ayer y otro ayer, dejando pasar las horas como se seca el tabaco… Nunca supe decirte lo mucho que valías, nunca supe descubrirte la luz que dabas, ni romper las murallas que te cubrían llenándote de hiedra… nunca supe convencerte que allí donde estés, incluso hoy que ya no te conozco, incluso hoy que nos separan lustros de los otros que fuimos, de los que ocuparon nuestros cuerpos y nuestras mentes y jugaron a compartirse un nos en lugar de un tuyo y mío, tienes a alguien que siempre se acordará de ti, aunque llueva y tú no lo sepas… aunque nos separe algo más que arena de playa, agua y adoquines… 


domingo, octubre 16, 2011

Qué me dirías hoy, mientras yo duermo...

Qué me dirías hoy, mientras yo duermo,
y nos molesta la luz de las farolas.
Qué me dirías hoy, en mi silencio,
que corta el aire lleno de amapolas.
Qué me dirías hoy, en mi locura,
de cambiar mis adoquines por los nuestros.
Qué me dirías hoy, con tu ternura,
de olvidarme del camino de regreso.
En este embudo con final a calle fría
de melancolía no buscada, 
de hacer presente la utopía, 
de no saber decirte mientras hablo
que es hipnótico el movimiento de tus labios,
el pliegue suave de tus párpados cerrados,
que es un mundo en que perderme tu mirada,
y la lucha de mi sístole y mi diástole
es una persecución acelerada,
un quebrado incompleto,
un número primo,
un esqueleto que se mueve al son de sus latidos,
una batalla a muerte la distancia
que enfría mi cuerpo y caldea mi alma,
la sábana blanca siempre vacía,
el costado, la agonía,
de acelerar el consumido tiempo
qué me dirías hoy, solo hoy, mientras yo duermo... 




miércoles, octubre 12, 2011

En la sombra del tiempo

En la sombra del tiempo las cosas siempre se ven en blanco y negro. Los destinos se alejan a cada paso dado y los deseos son tarros de cristal con nada dentro. Las islas desiertas son tan desiertas que ni existen y el viento se ve y se toca pero no se siente. En la sombra del tiempo no hay día y noche sino noche y día y el horizonte puede tocarse a poco que te estires. El espejo sólo refleja una silueta amarilla y los barcos no zarpan, vuelan. El mensaje que quise enviarte en aquella botella se perdió en alguna orilla que no era la tuya. Las palomas mensajeras se atan a mis manos y a mi cuerpo y no quieren abandonarme ni quiero que se vayan. Los ríos van del mar a la montaña y el humo de los cigarros se consume a sí mismo. Las escaleras no suben ni bajan, y las balas no hieren, ni matan, sólo curan. Tus palabras recorren la distancia pero no tu tacto. Mi aire no es aire, sino miedo de pasar de tiempo dejándote asida a mi deseo de tenerte... sin tenerte. La manzana de Adán sólo fue mordida por Adán, sin culpa ni castigo para Eva y mi costilla pende del pecho de una silueta de mujer llamada Felicidad. Las cadenas las rompiste al primer pasar de página... el hielo se fundió con tu primer adiós... un mutis por el foro sería mi ruina. La Torre de Babel que construimos empieza a entonar el mismo idioma... tan Madrid lejano como mío, tan tuyo como la foto con tu cara de niña traviesa. Pecado adorado, lengua osada, marejada azul hazte esta noche rocío, influjo que usas en políticas inacabadas, cada aurora deseo oler a lo que huelen tus mañanas. En los nombres que te escribo en tu espalda, sin que veas mi mano ni sientas el roce inexacto... en las calles con aviones que llevan a tu lugar en el mundo, donde el sol siempre sale antes que en todo un continente, donde vive y alumbra. En el rostro con puñales de ojos que clavan y escuecen en miradas que robo cual ladrón de cuento. En besos que hipoteco a un futuro a medio plazo para cobrármelos todos a un interés mayor. El poeta que fui yace muerto debajo de la alfombra. El escritor que deseé jamás llegó a quedarse y las musas hace tiempo que juegan a tomarme el pelo. Por anclar mares detuve el mundo... por no saber beber con pajita las nubes del cielo. Los ángeles que cayeron no eran todos malos, ni los violines suenan siempre tristes. En esta orquesta que dirijo de sordos y mudos se canta con los ojos y alguno sabe dar palmas. En la sombra del tiempo el tiempo es lo de menos... los segundos duran años y el recuerdo quema. La mirada hacia atrás ancla, la mirada hacia delante ancla y el presente no se mira, se vive. Si pudiera romper mañanas, si pudiera romper distancias que nos atan y envilecen, que nos hieren... y en cáscaras de nuez surcar los mares ajenos de este mundo. Cual pirata en búsqueda de mi tesoro, cual foragido alcoholizado a ron del Caribe, conquistando morenas de contrabando. Y tu cárcel me vale cual condena... y tu boca es suficiente reja para no poder salir de ti... y con mis manos moldear estrellas que no surquen los cielos ni iluminen, sólo calienten mis susurros de medianoche, mis deseos de acariciar las serpientes de tu pelo y blandir mi alma y regalar mi cetro, postrado a los pies que se me tienden y a la mano inmaculada de tu porte. En la sombra del tiempo, en lo oscuro, en los gris marengo, todo imposible es posible... todo menos detener al tiempo...

 

sábado, septiembre 10, 2011

Paul y Alice: Capítulo 1 - Piensa. Piensa por un instante...

  • Piensa. Piensa por un instante, sólo uno, qué harías con tu vida si supieras que hoy termina el mundo. Piensa a quién irías a buscar, a quién desearías ver, a quién le prometiste cosas que serías incapaz de cumplir. Cierra los ojos y plantéate toda esa lista de cosas inconclusas que te planteaste alguna vez. Aquel libro por escribir, aquel beso por dar, aquel pedir perdón... ¿qué harías si hoy fuera tú último día Paul?.
  • Joder Alice, no lo sé... supongo que... supongo que trataría de ir a ver a mis padres, sí, creo que sí, sin duda, trataría de ir a ver a mis padres, y llamaría a mi hermano Samuel. Te buscaría a ti, por supuesto, y al señor Wimbley, que en estos años siempre ha sido como un padre para mí. Joder, qué preguntas más raras haces, Alice, de verdad... Supongo que me daría pena no terminar el curso, ni ver crecer a la pequeña Alex, ni terminar de arreglar de una vez por todas esa dichosa casa como te prometí. Por otro lado, hay libros que jamás han de ser terminados... el beso te lo daría a ti, de eso no cabe duda y el perdón, creo que el primero al que tendría que pedírselo sería a mí mismo...
  • ¿Y si en lugar de ser tu último día, Paul, fuera el mío?
  • No Alice, eso ni te lo plantees.
  • ¿Por qué no? ¿Acaso no me podría pasar algo mañana mismo, ahora mismo? Cruzando una calle, comiendo plácidamente en mi casa, paseando por debajo de unas marquesinas...
  • Que no Alice, me niego a plantearme eso y es más... me cabrea que siquiera llegues a planteártelo tú.
  • Paul, me gusta la lluvia. Me gusta el olor de la cocina de la señora Sun, mi vecina de abajo, cuando prepara esa especie de samosas e impregna el patio con ese olor a curry tan característico. Me gusta la luz que entra por tu ventana cuando despierto en tu habitación. Me gusta reír. Me gusta llorar viendo el final de películas tristes. Me gusta como me acaricias el pelo como si fueran pequeñas hebras de piedras preciosas tremendamente delicadas. Me gusta como me miraste por primera vez. Me gustan los gatos y los gin-tonic con más gin que tonic. Me gusta la risa de los niños cuando los veo jugar en el parque. Me gusta asomarme a la ventana en días de tormenta y ver, a lo lejos, el estruendo luminoso de los rayos. Me gustan los baños con velas y sales aromáticas. Me gusta andar descalza por la hierba recién cortada. Me gusta meter el dedo en la nata de las tartas, me gusta...
  • Alice, ¿qué es todo esto?
  • … me gusta tener razón, más aún cuando discuto con el señor Temptembley. Me gusta jugar al ajedrez y escuchar música clásica de fondo. Me gusta...
  • Alice, insisto, ¿qué coño es todo esto?
  • Tengo miedo Paul.
  • ¿Miedo? Pequeña mía, ¿de qué tienes miedo?
  • Miedo de que me muera y no me conozcas. Miedo de no conocerte. De que mañana nos pase algo y desaparezcas para siempre y yo me pregunte eternamente quién era ese desconocido que dormía a mi lado. Quién era ese desconocido que acariciaba mi mejilla antes de dormir. Quién era realmente. Ya sé quién eres. Ya sé lo que la gente se suele decir; esa parte que a ninguno nos cuesta dar y que incluso aparece en cualquier lado... Sé que te llamas Paul Williams, que tienes 26 años, que eres moreno. Sé que te gusta el helado de limón, el chocolate blanco, la salsa de arándanos. Que eres un apasionado de las películas de serie B... pero todo eso podría saberlo sin ser absolutamente nada para ti.
  • ¡Cielos Alice! Tú lo eres todo para mí.
  • ¿De qué color tengo los ojos Paul?
  • ¿Tus ojos? ¿bromeas? Azules. Azules como el infinito. La primera vez que te vi eran de un azul intenso, distante, tormentoso, brillaba a cada frase y arrastraba en ellos la furia de mil mares. La segunda vez parecían de un azul calmado, quebradizo que regaba en dudas tus deseos. Tras nuestro primer beso volvió a asomar el cosmos, con millones de estrellas concentradas en tu pupila y ahora... ahora son tristes, verdosos y profundos... y eso me preocupa.
  • ¿Y tus ojos Paul, alguna vez te has parado a pensar cómo son tus ojos?
  • Marrones.
  • ¿Así, sin más?
  • Sí, sin más.
  • ¿Y qué hay de tus mares? ¿Qué hay de tus dudas y tus cosmos? ¿Dónde quedan tus millones de estrellas concentradas en tu pupila? ¿Tú no tienes de eso?
  • Bueno, supongo que sí, pero yo no puedo verlos.
  • Paul, no estoy bromeando.
  • Pero Alice, ¿si no bromeo cómo quieres que me tome esta conversación?
  • Si pudieras, ¿qué te gustaría estar haciendo ahora?
  • Besarte.
  • No seas bobo.
  • No lo soy. Me encantaría besarte.
  • ¿Y por qué no lo haces?
  • ¿Quieres que te bese?
  • Yo no he preguntado eso.
  • Ya lo sé, ¿quieres que te bese?.
  • ¿Necesitas preguntármelo?
  • Sabes que no, pero hoy estás distinta.
  • No Paul, no estoy distinta, sigo siendo yo.
  • Y bien, Alice, ¿qué pasaría si hoy fuera tu último día?
  • No lo sé Paul. No sé si sería capaz de asumirlo y pasarlo como si nada... o rompería a llorar y dejaría que mis últimos minutos se llenaran de deseos incumplidos. No sé si te echaría de mi lado para que no me vieras sufrir y sufrir con ello o por el contrario me agarraría tan fuerte a ti que no te dejaría marchar jamás... No sé si sería capaz de ordenar todas aquellas cosas que dejamos inconclusas para tratar de acabar con ellas o bien me iría dejando todo por hacer, así, sin más. No se detendría el tiempo, ni dejaría de salir el sol. Los veranos seguirían viniendo cargados de calor y el frío del invierno helaría las posibles lágrimas que dejara mi ausencia.
  • Alice, no sigas.
  • ¿Por qué le tienes miedo a hablar de la muerte, Paul?
  • No temo hablar de la muerte. No tengo miedo a la muerte... si mañana tengo que morir moriré y moriré sabiendo que sólo hice lo posible por sacar adelante a los míos. No me planteo si dejo puertas abiertas o lugares que visitar. No me planteo si debí darte más besos, discutir menos y hacerte más veces el amor. Pero me aterra tu muerte, sólo la tuya. No soy capaz de plantearme un mundo sin ti, sin tu luz, sin ese orden tuyo tan caótico lleno de pequeños detalles que haces sin siquiera darte cuenta. No me importa hablar del mañana, del futuro, de lo que seremos o dejaremos de ser si las cosas no funcionan como pretendemos... pero no puedo pensar en tu ausencia.
  • ¿Cuáles son tus sueños Paul?
  • Mi sueño eres tú. Mi sueño es verte recién levantada con una camiseta roída y gastada y los pelos enredados. Mi sueño es verte sonreír a cada instante iluminando la acera. Mi sueño es cogerte de la mano e ir a recorrer el mundo con una mochila y un saco de dormir. Mi sueño es llegar a saber el número exacto de lunares que tiene tu cuerpo. No necesito otros sueños... mi casa grande con jardín está en tu pecho, mi coche descapotable está en tus pasos, mi cuenta corriente en tus ojos y mis hijos pequeños en nuestro futuro juntos.
  • Te falta el perro.
  • El perro es el mal genio que tienes cuando se te lleva la contraria.
  • No tengo tan mal genio.
  • ¡Bésame!.
  • No
  • ¡Bésame!
  • ¿Por qué eres así conmigo?
  • Así, ¿cómo?
  • Tan... tan diferente.
  • ¿Cómo que tan diferente?
  • Sí, tan diferente. Tan distinto al resto. Tan tú.
  • ¿Y eso es malo?
  • No, no es malo... es único, es extraño, es raro, pero jamás será malo.
  • ¿Me vas a besar ya?
  • ¿Sabes qué pienso?
  • No.
  • Que el sábado que viene deberíamos ir a ver a tus padres.
  • ¿A mis padres? ¿Y qué tienen que ver mis padres en esto?
  • ¿No has dicho que si fuese tu último día te gustaría ir a verlos?
  • Sí, pero el sábado que viene no es mi último día.
  • Paul, ¿quieres casarte conmigo?

viernes, agosto 26, 2011

En esos míseros momentos de zozobra...


En esos míseros momentos de zozobra
 de paso cambiado y malabar caído…
de miradas distantes, frías, terminales como témpano de hielo eterno…
como el mar de sal y algas que separa tu rivera de mi lago,
del escándalo del sueño prohibido
y del Maine estallando por los aires.
Tu falta de tacto arrugado y rocoso,
tu semblante adoquinado de diosas,
tus frases en samba parada
de aleteo de mariposa.
Y la Distancia que recorre cual mosca pasajera el buen hacer del pensamiento eterno.
En esos momentos en los que miro… el tiempo.
En el frágil fulgor de mi batalla
y en la sístole y diástole de mi cerebro…
Contamino el cristal de mis ojos con la luz opaca de un destello de sol primerizo,
cual galeón portugués que surcara tu espalda en forma de luna llena.
Mecer a la aurora de tus sueños, en cantos de sirena,
cual síndrome de Estocolmo
 que me apresen a tus pechos y caderas.
Y descubrir las rejas de tu cielo en pétalos de rosa,
en el leer de manos en futuros, de tus versos en prosa.
Siempre sabiendo perder la partida a la que apuesto:
lo poco que me queda en el bolsillo,
mi semblante serio,
el motor de mi carrocería
 y el humo cetrino de nuestro caduco viento.

domingo, enero 23, 2011

22 de Enero de 2010... Diario del Capitán del Galeón "Presente"



Fondeado en las aguas poco profundas, en las que anclé por última vez, la vida pasa tranquila. Escasean las provisiones y algunos hombres empiezan a amotinarse, pactando sublevaciones que bien podrían terminar dando con mis posaderas en la fina arena que se adivina en aquellas islas cercanas. Cuando decidí abandonar la Armada Real y hacer vida de pirata no podía adivinar que mis pasos me llevarían a estas costas llenas de mosquitos, cocos y rocas amenazantes. Supongo que uno se cansa de ser eternamente bueno y decide, equivocado o no, asumir su propia aventura. Tengo la certeza de que el tesoro sigue escondido en algún lugar, sólo me queda encontrarlo. El que antes fracasara en mi intento sólo ha llevado a enrarecer el ambiente de mi tripulación, pero aún cuento con el apoyo de un par de grumetes y de algunos viejos locos más vetustos y rancios que la lapas del casco. Que Lady Mary no quisiera acompañarme en la huida sólo trastocó mis planes levemente. No la culpo, era demasiado perfecta para surcar amargos mares, besar cortados labios y amar piratas buenos. Hubiera terminado siendo más un estorbo que una ayuda; o quizá esto no sea más que un deseo que escribo ahora que estará preparándose un té y oteando, desde su ventana, lo lejano del mar. Es posible que entre sus cavilaciones asome el pelo rubio que una vez gasté... o quizá sean nuevamente deseos vanos de quien ha sido castigado duramente por el efecto de los rayos solares. Mi dolor de cabeza es más por esa bebida inmunda destilada de la caña de azúcar que algunos llaman sonoramente "Brum" o "Brom" o "Ron" según el puerto en el que buenamente nos acojan que por las insolaciones, pero no quedaría cortés aseverar en el libro del capitán mi condición de bebedor. Dentro de tres noches será pleamar y podremos zarpar de nuevo. Dentro de tres noches, si no nos han comido los cangrejos, las chinches y alguna que otra rata de las que ya hemos dado nosotros buena cuenta, pondremos rumbo a la Isla Esperanza, donde todo es posible y los pasados no le importan a nadie, y se olvidan los días que no han venido, y los deseos y se deshilan los uniformes y se venden sombreros a buen precio, y retratos de novias y muñecos de vodoo y arrecifes de coral y fosas abisales donde suicidar recuerdos; y entonces, Lady Mary, no será más que una postal de dama asomada a la ventana oteando lo que pudo ser y no fue, esperando que su tesoro vaya a ella en lugar de salir a buscarlo, pero ya será tarde, porque en Isla Esperanza, nada es lo que parece y lo que parece ya no es... y los tesoros están, en cada isla, en cada recodo... Bendita pleamar que a todos nos llega... bendita.

jueves, diciembre 16, 2010

Cazadragones

Cansado de la épica, cansado del hercúleo sacrificio de matar dragones, Sheluk decidió dejar para siempre su oficio de cazador tras la muerte de Elea, la joven de ojos brillantes a la que siempre quiso querer. Elea era apenas una muchacha. Frágil, delgada, de pechos pequeños y redondos, de cabello castaño largo y ojos almendrados, profundos y negros. Cada vez que era cortejada por Sheluk la muchacha se mostraba receptiva, pero siempre le respondía mandándole hacer alguna nueva tarea. Al principio, siendo niños, Elea se divertía ordenando a Sheluk reunir determinado número de flores sólo para ella. Según fueron creciendo se cambiaron las flores por pequeños animales como conejos que pudieran alimentar a su familia. Según crecían se cambiaron esos pequeños animales por animales recios y fuertes, ágiles y pesados como ciervos, jabalíes y demás caza mayor. 

Un día, Sheluk le dijo a Elea: "Elea, llevo toda una vida mostrándote mi amor. Llevo toda una vida obedeciendo tus mandatos sólo por verte feliz y convencerte de que mis intenciones son buenas. ¿Qué he de hacer para que me concedas tu mano?" Elea vio en aquello su oportunidad para conseguir una escama de dragón y mandó al joven a cazar uno que vivía en una colina cercana. Cuando Sheluk volvió con su escama el brillo de ésta era tan intenso que Elea quiso más, y más, y más. 

Un día Sheluk conoció al último de los dragones existentes en el Reino. De piel áspera y dorada se le notaba vetusto, viejo, algo cansado de huir de cazadores. "Dime, joven Sheluk, tu nombre recorría los aires tras cada muerte de uno de los míos. Primero acabaste con todas las flores del reino. Luego le tocó el turno a esos pequeños roedores que animaban lo que otrora fuera el bosque. Después, con todos aniquilados te fijaste en los ciervos y gamos, en los jabalíes y cabras montesas y aún así no saciaste tu sed. Por último nos tocó a nosotros. Dime, joven Sheluk, ¿por qué debo morir como el resto de mis hermanos?". Aquella pregunta hizo reflexionar al joven que no hallaba respuesta. Levantó su vista y vio una tierra completamente árida, arrasada, sin vida. Comprendió que durante todo ese tiempo había vivido ajeno a su realidad y a las cosas que le rodeaban. Había acabado con todo lo bello en su búsqueda de algo supuestamente mejor y empezó a llorar... Lloró durante un día, durante dos... durante tres y cuatro meses... durante cinco y seis años... y poco a poco, el agua de sus lágrimas, fue regando la tierra y calando su fondo. Comenzaron a brotar pequeñas hierbas que dieron lugar a pequeñas flores. Luego a pequeños roedores que se alimentaron de los brotes tiernos, así como enormes animales herbívoros que pacían contentos y en paz. Jamás pudo recuperar la soledad de Lathsser, el último dragón viejo y dorado, pero Sheluk se comprometió a pasar todo lo que le quedara de vida con él, cuidándole y prestándole todo tipo de atención. Elea jamás volvió a saber de Sheluk. No salió jamás de su palacio construido con flores caducadas, pieles secadas al sol y escamas de dragón que cesaron en su empeño de brillar. Nunca supo amar nada más que aquello material que deseaba y un día, contando y recontando los huesecillos de ciervo y jabalí, halló la muerte en súbita inconsciencia. Cuando Sheluk se hubo enterado de la trágica noticia cesó en su lloro. Se incorporó poniéndose de pie y con la satisfacción de saber que había amado por encima de todas las cosas lanzó su espada hacia el vacío seguro de no necesitarla más. Lathsser moriría ciento veinte años después de todo aquello. Sheluk cumplió su promesa de acompañarle hasta el último día de vida del viejo dragón. Hoy, cuenta la leyenda, que es el brillo de las escamas de Lathsser y la fuerza de las lágrimas de Sheluk los que forman el arcoiris en días de tormenta.




miércoles, diciembre 15, 2010

La leyenda de la princesa y el panadero...

Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, existía en un reino muy, muy lejano una bella y joven princesa que debía ser desposada. El rey, sabedor de ello, trataba de convencer a su hija para que buscara esposo entre la infinita lista de candidatos que cada día esperaban a la puerta de palacio. Un día, cansado de las constantes negativas de la muchacha, decidió hacerle una propuesta:

-          Hija mía, no podemos seguir así. Ya no eres una niña y una princesa debe ser desposada. Sabes que jamás he puesto objeción a que eligieras tú a tu candidato, pero siempre rechazas a todos sin siquiera dignarte a pasar un breve minuto con ellos. Te propongo algo: si dentro de un año, a esta misma hora, sigues sin encontrar esposo seré yo quien decida por ti y te casarás con quien yo te ofrezca. ¿De acuerdo?
-          No padre. Yo no me quiero casar con cualquiera.
-          Hija, esto no es lo que quieres, sino lo que debes y una princesa debe casarse por múltiples motivos.
-          En ese caso, padre, permitidme que ponga tres simples condiciones.
-          Adelante hija, te escucho.
-          La primera de las tres condiciones será la siguiente: aquel con quien me case deberá ser capaz, con su fortuna, de alimentar a todo un pueblo.
-          Me parece bien, hija.
-          La segunda de las tres condiciones será la siguiente: aquel con quien me case deberá saber amar sin saber lo que ama.
-          No te entiendo hija.
-          Y para terminar, padre, la tercera de las tres condiciones será la siguiente: aquel con quien me case deberá saber besar sin tocar lo que besa.
-          ¿Acaso es esto una broma, pequeña?
-          No padre, si quieres casarme deberás aceptar mis condiciones, de lo contrario saltaré por la ventana y ni tú ni nadie me tendrá jamás.
-          Hija, te daré un año entero para encontrar al caballero que responda a esas tres condiciones, pero si por el motivo que fuera éste no aparece, no me quedará más remedio que desposarte.

El tiempo fue pasando inexorablemente, de la misma manera que pasa siempre el tiempo. El verano caducó en otoños; el otoño se fue congelando hasta amamantar al invierno quien permitió a la primavera hacer acto de presencia con los primeros calores. Se acercaba el año fijado por su padre para que la joven y bella princesa encontrara esposo de su agrado, pero la princesa seguía ensimismada en sus quehaceres, ajena a candidatos. Según se acercaba la fecha fijada el vetusto rey se ponía más nervioso.

-          Hija mía, mañana se cumple un año de nuestro pacto y en él no has llegado a encuentro alguno.
-          Padre, ya os dije que no quería casarme. Tampoco vos habéis encontrado a nadie que cumpla mis requisitos.
-          Cierto hija, todos cumplían con creces el primero de ellos. Vinieron de recónditos lugares preguntando por ti y a todos les hacía la misma serie de preguntas. Decidme, caballero, ¿tenéis la fortuna necesaria para alimentar a un pueblo?, y todos respondían con altanería mostrando oros y tierras, joyas y castillos. Proseguía, hija mía, con aquella segunda condición... Decidme, caballero, ¿acaso amáis sin saber lo que es amado? Aquí muchos zozobraban y respondían alegremente que eras tú lo que amaban, por lo que ellos mismos pecaban de imprudentes y eliminaban cualquier tipo de opción. Otros, menos impulsivos y más reflexivos, decían creer lo que querían amar, pero que aún no era amado, refiriéndose, obviamente, a tu persona. Entonces llegaba la tercera condición y ninguno de los que hasta ella llegaban intentó jamás besar sin tocar lo besado.
-          Entonces, padre, qué culpa tengo yo si no existe el hombre que deseo.
-          Está bien, hija, mañana daremos una fiesta en tu honor a la que acudirán nobles y plebeyos. Todas las gentes habidas y por haber estarán en ella; habrá disfraces, bailes y chanzas. Sólo espero que en ella encuentres a la persona adecuada porque no quiero verte saltar desde esa ventana, pero no me dejas elección. Si no encuentras mañana a tu candidato yo mismo te impondré uno.

El rey salió de la estancia sumido en la pena del ultimátum. Conocía a su hija mejor que nadie y sabía que no aceptaría jamás una imposición como aquella. La sabía capaz de saltar desde aquella torre del Homenaje y acabar con su vida si era preciso. La princesa, por su parte, vio alejarse al rey sumida en la incógnita. Jamás había deseado casarse, o no al menos de aquella forma, jamás había dejado entrar en su vida a nadie y no estaba muy dispuesta a hacerlo.

Decidió salir a dar una vuelta por palacio, le vendría bien estirar las piernas y reflexionar. Quería mucho a su padre, pero aquello era una locura. Por doquier se iban abriendo personas que preparaban la fiesta que tendría lugar al día siguiente. Allá las amas decorando de flores los lugares más recónditos, acá fornidos hombres levantando cucañas para los juegos y las chanzas, al fondo un ejército de panaderos en desfile de amasar. La princesa, sin saber bien los motivos, se centró especialmente en uno de ellos. Era joven, esbelto, de cuerpo tallado por el trabajo y el sudor. Le observaba de lejos, sin que él se percatara. Ahora un escorzo de omoplato para, con las manos hundidas en la masa, formar panes redondos; ahora un giro de cadera para moldear unos pasteles. Los segundos se hicieron minutos, los minutos horas. La princesa prolongó su paseo ayudando a las amas a adornar, jugueteó con los niños que ayudaban a sus padres a levantar los juegos, pero siempre, a lo lejos, observaba al mismo panadero en su esfuerzo.

La noche encontró a la princesa asomada a la ventana de su habitación. Hacía dos horas de aquel encuentro lejano con aquel panadero y se repetía para sí misma que estaba loca. Había sido cortejada por miles de príncipes y nobles y ella se fijaba en un humilde panadero. Apenas durmió esa noche, anegada por los sentimientos.

Las primeras luces la tocaron los cabellos con su disfraz ya puesto. Según terminó de vestirse salió de su alcoba presta a volver al lugar de la tarde anterior. Todo estaba ya dispuesto. Músicas, colorido, jolgorio. Se ve que cuando toca fiesta el pueblo madruga más de lo preciso. Toda la calle era una marea de gentes disfrazadas. Los ricos con sus paños caros y sus máscaras de porcelana, los pobres con sus espadas de madera y sus pantalones roídos. La princesa se desesperaba en su búsqueda. Escrutaba cada rostro, muchas veces tapado por diversos elementos que simulaban una u otra profesión distinta a la habitual. No había señal alguna del panadero. Vio a una de sus amas divirtiéndose con los bailes que salían de unas gaitas. Los jardines estaban atestados de la gente pudiente mientras que la zona de las cocheras y los cobertizos era la zona donde se divertían las gentes con menos recursos. Era esta segunda la zona donde nuestra princesa se había topado con el perdido panadero la tarde anterior.

-          Ama, ama – llamó la princesa.
-          ¿Qué hacéis aquí, señora? Su padre la está buscando y está no es una zona para que usted deambule tranquilamente.
-          Calla ama, calla. Te necesito. ¿Sabéis donde se apostan los panaderos?
-          ¿Los panaderos, acaso falta algo en el servicio?
-          No es eso ama. Sólo quiero saber dónde encontrarlos.
-          Señora, es difícil que los encuentre usted. Llevan trabajando sin descanso dos días con sus pertinentes noches para disponer de panes y pasteles suficientes para todos. Lo normal es que ahora duerman sin descanso hasta mañana.
-          Ama, ¿me harías un favor?
-          ¡Cómo no señora!


Así fue como la princesa cambió su disfraz por el de su ama, que tenía igual edad y talla que ella. También cambió su máscara de oro por una de madera que llevaba una joven costurera. Entonces, en ese instante, el joven panadero hizo acto de presencia. Llevaba un parche en el ojo y una espada de miga de pan simulando ser un bravo pirata. Jugueteaba con los niños que le arrancaban trocitos de la espada y se los llevaban al gaznate, haciendo que su ésta fuera cada vez más informe. La princesa lo contemplaba de lejos y se reía hasta que el joven panadero se percató.

-          Señorita, ¿acaso le hace a usted gracia que a un bravo pirata le dejen sin su espada y medio de subsistencia?
-          Por supuesto que no, fiero pirata.
-          ¿Y quién es la dueña de la bella voz que se esconde en esa cárcel de madera?
-          Soy la Luna señor, con eso basta.
-          ¿Y le gustaría a la Luna compartir su luz con un humilde panadero pirata?
-          Gustosa la compartiría señor, pero no sé si andar en compañía de piratas es bueno para una dama.
-          En fin, mi Luna, eso sólo hay una forma de comprobarlo.

Y tirando de ella la sacó a bailar. El día fue pasando con el peso continuo del tiempo. Tras un baile venía otro y después otro y en el filo de los labios de la máscara de madera la princesa iba probando cada trozo de pan y pastel que nuestro aguerrido pirata-panadero le iba dando a comer.

-          Este es de pasas y centeno y el de allá de arándanos con nueces.
-          ¿Y aquel?
-          Aquel es de maíz.
-          ¿Y este?
-          De cabello de ángel.

La princesa perdió la noción del tiempo. Le gustaba cuando él la tomaba la mano y la sacaba a bailar agarrando su cintura con toda su fuerza. Le gustaba la chispita de vitalidad de los ojos marrones del muchacho. Le gustaba la sonrisa que le salía cuando jugaba con los niños. En un momento dado, ya con la noche recién entrada se miraron fijamente el uno al otro.

-          Dime muchacha, ¿quién eres realmente?
-          Ya te lo he dicho, pirata, soy la Luna.
-          No creo en las lunas. Las lunas crecen, y menguan, y desaparecen semanas enteras. Alumbran espejismos y fluctúan las mareas. Tú no eres la Luna, pues tú eres real y te retengo en mis brazos sin que tu haz de luz se desvanezca. Sin embargo sí me alumbras y este que ya concluye ha sido el día más maravilloso de mi vida. Por mucho que sea un simple pirata o un humilde panadero ¿no podría raptarte y llevarte conmigo?
-          Dime pirata, ¿tendrías la fortuna necesaria para alimentar a un pueblo?
-          Mi pueblo eres tú si me lo pides. Mi pueblo es este que nos rodea y todos y cada uno de sus habitantes han probado algo amasado por mis manos. Sí, de alguna manera podría decirse que tengo la inmensa fortuna, y soy dichoso con ello, de alimentar a un pueblo entero con mi esfuerzo.
-          Dime pirata, ¿sabrías amar sin saber lo que amas?
-          ¿Acaso no te amo y no sé ni quién eres? ¿Qué más prueba necesitas de mi loca inconsciencia?
-          Dime pirata, ¿sabrías besar sin tocar lo que besas?

El joven panadero dudó un instante. El tiempo se detuvo en el palpitar de la joven princesa que esperaba ansiosa una respuesta...

-          No, me temo que eso no lo sé hacer... Pero...

En ese preciso momento el panadero se lanzó a los labios de madera de la máscara de la princesa. Un leve suspiro, una cálida lágrima siguieron a aquel beso. El panadero había besado un trozo de madera besando a la princesa, cumpliéndose así el tercero de los requisitos dispuestos.

Aquella joven pareja se casaría días después con el beneplácito del padre, quien cumplía así su promesa de dejar a la princesa elegir con quién quería casarse. Tiempo después, cuando el viejo rey ya perecía en su yacija no dudó en preguntar a su hija…

-          ¿Hija, cómo es posible que entre todos los candidatos que tuviste eligieras a un humilde panadero?
-          Padre, ¿recuerdas las condiciones que fijé para mi boda?
-          Claro hija.
-          Cuando yo pedí fortuna para alimentar a un pueblo no pedía lujos, ni posesiones, solamente pedía la constancia de aquel que es capaz de alimentar a su familia con su propio esfuerzo y sentirse dichoso por ello. Cuando yo pedí que fuera capaz de amar sin saber lo que amaba sólo pedía fe y confianza, pues muchas veces por la vida se va a oscuras y sin luz y necesitamos que otros nos iluminen. Cuando pedí que fuera capaz de besar sin tocar lo que besaba sólo pedía un hombre que creyera en imposibles. Todos quienes le antecedieron dijeron que aquello no podía hacerse, que no sabían, incluso él mismo así se manifestó, pero sólo uno de ellos lo intentó realmente, sin abatirse por la duda, sin zozobrar por la empresa, y lo hizo. ¿Acaso no es más rico aquel que posee su propio esfuerzo, su propia confianza y su propia voluntad por encima de reinos y palacios, padre?
-          Sin duda siempre fuiste más sabia que yo, pequeña.

Y con estas palabras el hombre cerró los ojos para siempre, dejando como legado un reinado próspero en manos de su hija y su humilde esposo.

domingo, diciembre 12, 2010

Quizás el mañana nunca llegue...

Quizás el mañana nunca llegue. Puede que, como tantas otras cosas, estemos esperando eternamente algo de lo que no tenemos ninguna certeza. ¿Y qué hacer si el mañana nunca llega? ¿Qué hacer si lo pronosticado se pierde y se diluye, se evapora y se trunca el paso? Quizá los caminos no lleven a ninguna parte aunque nos emperremos en desbrozar nuevos senderos. Jamás se encontró la Fuente de la Eterna Juventud, y quienes durmieron en pirámides jamás volvieron a ser los mismos. Hoy estoy más agua que tierra y eso se nota. Surcando cielos de nieve, de azufres cimas. ¿Qué hacer si se nos da mejor soñar que vivir? ¿Si escribimos con el mínimo afán de hablar en silencios porque no sabemos hablar de otra manera? Jamás sabré cómo leen mis frases vuestros ojos, tampoco me preocupa demasiado. Jamás deseé verme como ahora, ni hago apuestas en verme en un futuro. A veces dudo si mi tren no pasó ya, tan ocupado como estaba en deshojarme y si mi función aquí, en esta vida, no pasa de ser un mero contrapeso para que no se caiga esta parte del mundo. El futuro no es mayor incógnita que el hoy, pero si por ayeres fuera no albergo esperanza suficiente, tan clavados en los grises los unos de los otros. Cada vez que me dio por tirar de brocha de colores surgía algo que apagaba el fuego. Cada vez que blandía el alma en protesta se me cruzaba la cara. Tan lejos del mercado, tan desfasado, tan retórico que a veces dudo si no necesito mi parte de melancolía para poder reconocerme. Tan lento es mi paso de tortuga que pocas veces logro vencer a la libre. Dormido en cama de piedra, con plantas que crecen a besarme los fríos párpados que me alejan de ver. Tan amarrado al mástil que las sirenas ni siquiera hacen el amago de cantar para volverme loco. Y el mañana… ¿y qué pasa si no llega el mañana? Quizá el mañana nunca llegue, puede que, como tantas otras cosas, estemos esperando eternamente algo de lo que no tenemos ninguna certeza. 

Alambrada

Desde mi cárcel, aquella que me guarda desde hace años, el mundo se comprime y envidio la libertad de los pájaros silvestres. Les veo volar desde mi celda y en jirones de olvidos me ahogan los oxígenos. Las lunas apenas se empolvan los pómulos y los soles se aburren de alumbrar. Apenas recuerdo en qué momento decidí levantar las alambradas, desenrollar los alambres de espino y coartar la libertad del entrar y salir a buscarme. Cierto es que en mi templo del hielo apenas he sentido; ni llanto, ni risa, ni gozo, ni tristeza. Quizá el problema estriba en el deseo anhelado de sentir. Sufrir en voces y reír en llantos que iluminen mis mañanas… y no sentir el siempre desagradable tacto de la sábana fría que me arropa cuando salgo a complicarme la vida en deseos.

sábado, diciembre 11, 2010

Casiopea

En caparazones de tortugas ajenas siempre se muestran futuros más concisos. En plañideros arrebatos de ida y vuelta, de trenes que cambiaron de sentido para olvidar desandares a mi espalda. Entre hoy y ayer se han recorrido más kilómetros que esperas y casi nunca atino a despedirme como a mi me gustaría. Me inquieta la zozobra de lo onírico, de lo perdido en desembarcos portuarios, en islas pirata del recuerdo. Me interrumpe el paso el sentirme preso de mi propia jaula de oro, afortunado en el soñar despierto. Entre ayer y hoy apenas unas horas en susurro, entre multitudes de espejismos. Mi mala cordura hubiera apostado un doble o nada en el azul agua clara de unos ojos. Mi mala costumbre no hubiera dudado un instante en anidar en los albores amarillo pajizo de su estambre. Mi mal ánimo caería en desuso preso de una bella voz a la que asirse. Mi mala memoria hizo presencia y no me percaté del punto y final del vaivén de sus caderas. Recorrí nuevamente las noches al paso lento del crepitar de sensaciones. Tanteé auroras, mastiqué amarres, rocé adoquines gélidos, otrora nuevos, zapateando albahacas, laureles, ortigas blancas y demás hierbas medicinales. En el olivino del deseo, del brote tierno, del germinar de árboles y flores que tiznen las miradas, los hombres grises siempre me consumen el tiempo. Me arrebatan mis segundos más preciados y me enmudecen un sencillo “no te vayas todavía”. En el cuarto menguante de una pista helada, en el cuarto creciente de un carrusel que nunca para cuando debe. Hay tardes que pasan, sin más, y otras que aunque pasen jamás se me hacen tarde. Y un Ícaro, en finales, que confiado al vuelo de sus alas apenas se percata de que el sol las quema. Tanta paz como detalles, por pequeños e inservibles que parezcan, pues colecciono todos los que en devenir me faltan. Tantas gracias como pasos andados, como luces recorridas. Tantos todos tan nimios que no me entran en las manos. Tantos besos como ganas de darlos.