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viernes, febrero 21, 2014

El chico de la mirada oscura y la niña de la sonrisa partida...

Entre el alfeizar de su ventana y mi boca apenas quedaba un suspiro. Un suspiro de ida que jamás tornaba de vuelta. No puedo engañaros, ese suspiro casi nunca salió de mi boca. Aquellos labios de sonrisa partida, de cicatriz en experiencia de recuerdos mal vividos, de idas a un yo que yo no era y a un final sin final... aquella forma de juzgarme tan mezquina, tan llena de un todo vacío que comparaba mi ser con el resto del mundo. Siempre he sido un engreído diferente, quizá porque nunca me he sentido como tal. Aquella niña de sonrisa partida, ojo cerrado y cuello vuelto a hombro ajeno dejaba caer el peso de su pasado sobre la camisa desordenada que llevaba puesta. Ese pasado que apuntaba con el dedo acusando de lo desigual de la memoria, de la valentía de un presente invicto en besos y miedos. Mis ojos tatuados a tinta negra siempre empequeñecen su pupila con el exceso de luz. Mi mirada tremendamente oscura siempre entendió demasiado de pensamientos pero poco de sentires y creyendo que valía con creer se entregó en cuerpo y alma. Sus pasos al lado de los míos, su brazo suave, su olor acompañando mis pasos, mis brazos, mi aroma... y por momentos tan distante como el vuelo de ánades en invierno. Esa sonrisa partida que siempre entendió de sentimientos y menos de pensamientos, que conjugaba el verbo querer en pretérito imperfecto y dejaba para ayer todo lo que podía hacerse mañana. Esos ojos gastados de ver en blanco y negro odiaban el verbo ser... odiaban el ingenuo trabajo de recolectar deseos, desordenar frases y apuntar la hora exacta o el número preciso de vueltas que daba a la cucharilla cada vez que meneaba el azúcar del café. Entre mi boca y el alfeizar de su ventana marchitaron miles de días, las flores de los geranios, los pocos soles de invierno y alguna que otra gana... Se enfriaron los párpados y las manos, los pecados, los días que no aprovechamos para besarnos y algún que otro bizcocho al fresco de abril. Y entre callejones sin salida, jugando a ser inmortales, él se enamoró de aquella sonrisa partida, ciego de ver con su mirada oscura, buscando las ecuaciones imperfectas, las vendas de las heridas y el silencio de quien otorga callando por no contar lo que duele... Él espera respuestas que nunca obtienen preguntas... ella jamás se refleja en el negro iris de su mirada oscura.

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