Entre el alfeizar de su
ventana y mi boca apenas quedaba un suspiro. Un suspiro de ida que
jamás tornaba de vuelta. No puedo engañaros, ese suspiro casi nunca
salió de mi boca. Aquellos labios de sonrisa partida, de cicatriz en
experiencia de recuerdos mal vividos, de idas a un yo que yo no era y
a un final sin final... aquella forma de juzgarme tan mezquina, tan
llena de un todo vacío que comparaba mi ser con el resto del mundo.
Siempre he sido un engreído diferente, quizá porque nunca me he
sentido como tal. Aquella niña de sonrisa partida, ojo cerrado y
cuello vuelto a hombro ajeno dejaba caer el peso de su pasado sobre
la camisa desordenada que llevaba puesta. Ese pasado que apuntaba con
el dedo acusando de lo desigual de la memoria, de la valentía de un
presente invicto en besos y miedos. Mis ojos tatuados a tinta negra
siempre empequeñecen su pupila con el exceso de luz. Mi mirada
tremendamente oscura siempre entendió demasiado de pensamientos pero
poco de sentires y creyendo que valía con creer se entregó en
cuerpo y alma. Sus pasos al lado de los míos, su brazo suave, su
olor acompañando mis pasos, mis brazos, mi aroma... y por momentos
tan distante como el vuelo de ánades en invierno. Esa sonrisa
partida que siempre entendió de sentimientos y menos de
pensamientos, que conjugaba el verbo querer en pretérito imperfecto
y dejaba para ayer todo lo que podía hacerse mañana. Esos ojos
gastados de ver en blanco y negro odiaban el verbo ser... odiaban el
ingenuo trabajo de recolectar deseos, desordenar frases y apuntar la
hora exacta o el número preciso de vueltas que daba a la cucharilla
cada vez que meneaba el azúcar del café. Entre mi boca y el
alfeizar de su ventana marchitaron miles de días, las flores de los
geranios, los pocos soles de invierno y alguna que otra gana... Se
enfriaron los párpados y las manos, los pecados, los días que no
aprovechamos para besarnos y algún que otro bizcocho al fresco de
abril. Y entre callejones sin salida, jugando a ser inmortales, él
se enamoró de aquella sonrisa partida, ciego de ver con su mirada
oscura, buscando las ecuaciones imperfectas, las vendas de las
heridas y el silencio de quien otorga callando por no contar lo que
duele... Él espera respuestas que nunca obtienen preguntas... ella
jamás se refleja en el negro iris de su mirada oscura.
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