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sábado, diciembre 11, 2010

Casiopea

En caparazones de tortugas ajenas siempre se muestran futuros más concisos. En plañideros arrebatos de ida y vuelta, de trenes que cambiaron de sentido para olvidar desandares a mi espalda. Entre hoy y ayer se han recorrido más kilómetros que esperas y casi nunca atino a despedirme como a mi me gustaría. Me inquieta la zozobra de lo onírico, de lo perdido en desembarcos portuarios, en islas pirata del recuerdo. Me interrumpe el paso el sentirme preso de mi propia jaula de oro, afortunado en el soñar despierto. Entre ayer y hoy apenas unas horas en susurro, entre multitudes de espejismos. Mi mala cordura hubiera apostado un doble o nada en el azul agua clara de unos ojos. Mi mala costumbre no hubiera dudado un instante en anidar en los albores amarillo pajizo de su estambre. Mi mal ánimo caería en desuso preso de una bella voz a la que asirse. Mi mala memoria hizo presencia y no me percaté del punto y final del vaivén de sus caderas. Recorrí nuevamente las noches al paso lento del crepitar de sensaciones. Tanteé auroras, mastiqué amarres, rocé adoquines gélidos, otrora nuevos, zapateando albahacas, laureles, ortigas blancas y demás hierbas medicinales. En el olivino del deseo, del brote tierno, del germinar de árboles y flores que tiznen las miradas, los hombres grises siempre me consumen el tiempo. Me arrebatan mis segundos más preciados y me enmudecen un sencillo “no te vayas todavía”. En el cuarto menguante de una pista helada, en el cuarto creciente de un carrusel que nunca para cuando debe. Hay tardes que pasan, sin más, y otras que aunque pasen jamás se me hacen tarde. Y un Ícaro, en finales, que confiado al vuelo de sus alas apenas se percata de que el sol las quema. Tanta paz como detalles, por pequeños e inservibles que parezcan, pues colecciono todos los que en devenir me faltan. Tantas gracias como pasos andados, como luces recorridas. Tantos todos tan nimios que no me entran en las manos. Tantos besos como ganas de darlos.

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