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sábado, septiembre 10, 2011

Paul y Alice: Capítulo 1 - Piensa. Piensa por un instante...

  • Piensa. Piensa por un instante, sólo uno, qué harías con tu vida si supieras que hoy termina el mundo. Piensa a quién irías a buscar, a quién desearías ver, a quién le prometiste cosas que serías incapaz de cumplir. Cierra los ojos y plantéate toda esa lista de cosas inconclusas que te planteaste alguna vez. Aquel libro por escribir, aquel beso por dar, aquel pedir perdón... ¿qué harías si hoy fuera tú último día Paul?.
  • Joder Alice, no lo sé... supongo que... supongo que trataría de ir a ver a mis padres, sí, creo que sí, sin duda, trataría de ir a ver a mis padres, y llamaría a mi hermano Samuel. Te buscaría a ti, por supuesto, y al señor Wimbley, que en estos años siempre ha sido como un padre para mí. Joder, qué preguntas más raras haces, Alice, de verdad... Supongo que me daría pena no terminar el curso, ni ver crecer a la pequeña Alex, ni terminar de arreglar de una vez por todas esa dichosa casa como te prometí. Por otro lado, hay libros que jamás han de ser terminados... el beso te lo daría a ti, de eso no cabe duda y el perdón, creo que el primero al que tendría que pedírselo sería a mí mismo...
  • ¿Y si en lugar de ser tu último día, Paul, fuera el mío?
  • No Alice, eso ni te lo plantees.
  • ¿Por qué no? ¿Acaso no me podría pasar algo mañana mismo, ahora mismo? Cruzando una calle, comiendo plácidamente en mi casa, paseando por debajo de unas marquesinas...
  • Que no Alice, me niego a plantearme eso y es más... me cabrea que siquiera llegues a planteártelo tú.
  • Paul, me gusta la lluvia. Me gusta el olor de la cocina de la señora Sun, mi vecina de abajo, cuando prepara esa especie de samosas e impregna el patio con ese olor a curry tan característico. Me gusta la luz que entra por tu ventana cuando despierto en tu habitación. Me gusta reír. Me gusta llorar viendo el final de películas tristes. Me gusta como me acaricias el pelo como si fueran pequeñas hebras de piedras preciosas tremendamente delicadas. Me gusta como me miraste por primera vez. Me gustan los gatos y los gin-tonic con más gin que tonic. Me gusta la risa de los niños cuando los veo jugar en el parque. Me gusta asomarme a la ventana en días de tormenta y ver, a lo lejos, el estruendo luminoso de los rayos. Me gustan los baños con velas y sales aromáticas. Me gusta andar descalza por la hierba recién cortada. Me gusta meter el dedo en la nata de las tartas, me gusta...
  • Alice, ¿qué es todo esto?
  • … me gusta tener razón, más aún cuando discuto con el señor Temptembley. Me gusta jugar al ajedrez y escuchar música clásica de fondo. Me gusta...
  • Alice, insisto, ¿qué coño es todo esto?
  • Tengo miedo Paul.
  • ¿Miedo? Pequeña mía, ¿de qué tienes miedo?
  • Miedo de que me muera y no me conozcas. Miedo de no conocerte. De que mañana nos pase algo y desaparezcas para siempre y yo me pregunte eternamente quién era ese desconocido que dormía a mi lado. Quién era ese desconocido que acariciaba mi mejilla antes de dormir. Quién era realmente. Ya sé quién eres. Ya sé lo que la gente se suele decir; esa parte que a ninguno nos cuesta dar y que incluso aparece en cualquier lado... Sé que te llamas Paul Williams, que tienes 26 años, que eres moreno. Sé que te gusta el helado de limón, el chocolate blanco, la salsa de arándanos. Que eres un apasionado de las películas de serie B... pero todo eso podría saberlo sin ser absolutamente nada para ti.
  • ¡Cielos Alice! Tú lo eres todo para mí.
  • ¿De qué color tengo los ojos Paul?
  • ¿Tus ojos? ¿bromeas? Azules. Azules como el infinito. La primera vez que te vi eran de un azul intenso, distante, tormentoso, brillaba a cada frase y arrastraba en ellos la furia de mil mares. La segunda vez parecían de un azul calmado, quebradizo que regaba en dudas tus deseos. Tras nuestro primer beso volvió a asomar el cosmos, con millones de estrellas concentradas en tu pupila y ahora... ahora son tristes, verdosos y profundos... y eso me preocupa.
  • ¿Y tus ojos Paul, alguna vez te has parado a pensar cómo son tus ojos?
  • Marrones.
  • ¿Así, sin más?
  • Sí, sin más.
  • ¿Y qué hay de tus mares? ¿Qué hay de tus dudas y tus cosmos? ¿Dónde quedan tus millones de estrellas concentradas en tu pupila? ¿Tú no tienes de eso?
  • Bueno, supongo que sí, pero yo no puedo verlos.
  • Paul, no estoy bromeando.
  • Pero Alice, ¿si no bromeo cómo quieres que me tome esta conversación?
  • Si pudieras, ¿qué te gustaría estar haciendo ahora?
  • Besarte.
  • No seas bobo.
  • No lo soy. Me encantaría besarte.
  • ¿Y por qué no lo haces?
  • ¿Quieres que te bese?
  • Yo no he preguntado eso.
  • Ya lo sé, ¿quieres que te bese?.
  • ¿Necesitas preguntármelo?
  • Sabes que no, pero hoy estás distinta.
  • No Paul, no estoy distinta, sigo siendo yo.
  • Y bien, Alice, ¿qué pasaría si hoy fuera tu último día?
  • No lo sé Paul. No sé si sería capaz de asumirlo y pasarlo como si nada... o rompería a llorar y dejaría que mis últimos minutos se llenaran de deseos incumplidos. No sé si te echaría de mi lado para que no me vieras sufrir y sufrir con ello o por el contrario me agarraría tan fuerte a ti que no te dejaría marchar jamás... No sé si sería capaz de ordenar todas aquellas cosas que dejamos inconclusas para tratar de acabar con ellas o bien me iría dejando todo por hacer, así, sin más. No se detendría el tiempo, ni dejaría de salir el sol. Los veranos seguirían viniendo cargados de calor y el frío del invierno helaría las posibles lágrimas que dejara mi ausencia.
  • Alice, no sigas.
  • ¿Por qué le tienes miedo a hablar de la muerte, Paul?
  • No temo hablar de la muerte. No tengo miedo a la muerte... si mañana tengo que morir moriré y moriré sabiendo que sólo hice lo posible por sacar adelante a los míos. No me planteo si dejo puertas abiertas o lugares que visitar. No me planteo si debí darte más besos, discutir menos y hacerte más veces el amor. Pero me aterra tu muerte, sólo la tuya. No soy capaz de plantearme un mundo sin ti, sin tu luz, sin ese orden tuyo tan caótico lleno de pequeños detalles que haces sin siquiera darte cuenta. No me importa hablar del mañana, del futuro, de lo que seremos o dejaremos de ser si las cosas no funcionan como pretendemos... pero no puedo pensar en tu ausencia.
  • ¿Cuáles son tus sueños Paul?
  • Mi sueño eres tú. Mi sueño es verte recién levantada con una camiseta roída y gastada y los pelos enredados. Mi sueño es verte sonreír a cada instante iluminando la acera. Mi sueño es cogerte de la mano e ir a recorrer el mundo con una mochila y un saco de dormir. Mi sueño es llegar a saber el número exacto de lunares que tiene tu cuerpo. No necesito otros sueños... mi casa grande con jardín está en tu pecho, mi coche descapotable está en tus pasos, mi cuenta corriente en tus ojos y mis hijos pequeños en nuestro futuro juntos.
  • Te falta el perro.
  • El perro es el mal genio que tienes cuando se te lleva la contraria.
  • No tengo tan mal genio.
  • ¡Bésame!.
  • No
  • ¡Bésame!
  • ¿Por qué eres así conmigo?
  • Así, ¿cómo?
  • Tan... tan diferente.
  • ¿Cómo que tan diferente?
  • Sí, tan diferente. Tan distinto al resto. Tan tú.
  • ¿Y eso es malo?
  • No, no es malo... es único, es extraño, es raro, pero jamás será malo.
  • ¿Me vas a besar ya?
  • ¿Sabes qué pienso?
  • No.
  • Que el sábado que viene deberíamos ir a ver a tus padres.
  • ¿A mis padres? ¿Y qué tienen que ver mis padres en esto?
  • ¿No has dicho que si fuese tu último día te gustaría ir a verlos?
  • Sí, pero el sábado que viene no es mi último día.
  • Paul, ¿quieres casarte conmigo?

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