- - Nunca una risa iluminó así – Solía repetirse una y otra vez lo mismo para sus adentros. - Nunca una risa... -
Aquella risa era una
mescolanza de añoranza, paz y deseo. Lo suficiente para suponer un
faro en la oscuridad a cualquier oído que la escuchase. Pausada, con
mirada de canela y miel, de labios rotos por morder ilusiones y una
mezcla a olor añejo y brisa fresca. Dio un portazo a aquella vida
mía dormida y falseada para poner el mundo patas arriba, mi
mundo... Comenzó por recoger y ordenar los recuerdos, esparcidos por
doquier en un amasijo de nervios, miedos y besos guardados. Abrió
las ventanas mal encaradas de mis ojos para encontrarse con los
suyos. El tacto frío de la luna impregnado en cada pequeño lunar de
sus brazos, de su espalda, el cuello terso y suave como ropa recién
lavada. Y llovía. Aquellos primeros paseos entre rosas amarillas
devoradas por el tiempo, cuestas de subida y de bajada y visitas a
templos que no estaban escondidos en su cuerpo. Las calles mojadas,
la gente alrededor y un batir de alas incesante para subir al
cielo... y la certeza de que todos los dioses me guiñaron el ojo en
la Almudena.
Es verdad que nunca una
risa iluminó así. Es verdad que otras risas vinieron antes y con la
misma fuerza que vinieron quisieron marcharse, llenas de cosas,
buenas y malas, dejando las habitaciones plagadas de recuerdos,
esparcidos por doquier. Es verdad que ahora que no estás añoro cada
segundo como si no hubiesen existido antes segundos previos cargados
de risas que iluminaban así. Entre miedos y pasados, entre dimes y
diretes, quebrados los pasos por desandar calles infinitas, tus manos
frías surcando mi espalda, los trovadores de besos en mejillas
musicalmente imperfectas, tus pendientes caídos, tus heridas de
guerra, tus pies devorados, mi paraguas, el agua que calaba el cuello
de mi camisa, tus medias y las horas... y por supuesto tu risa...
porque es cierto, porque sí, porque... nunca una risa iluminó así.
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