Archivo del blog

domingo, noviembre 07, 2010

"Paloma"

En aquellas tardes de invierno glaciar, con tus sonrojados mofletes y los labios cortados a besos. Tú tan tuya, tan mística, tan mosquita muerta. Yo tan mío, tan bohemio, tan soñador. Todo pasó tan deprisa, tan de noche, tan a oscuras. En el mismo instante en el que te vi supe que serías mía. Aquel deambular inocente y burlón de camino a ningún lado. Aquellos adoquines de ida pero no de vuelta. Aquel tic-tac de relojes que simulaban sístoles y diástoles. Jamás aprendí a verte tal como eras, tamizada, quizá, por mi propia celosía. Me asegurabas y repetías mil y una vez que no te diera las gracias, que no te gustaba, que te hacía sentir una muñeca rota... Me prohibiste los te quiero, acostumbraste a la duda a mis deseos de decir...




- ¡Abre los ojos!- Me exhortaste - ¡Ábrelos!- mientras me dabas pequeños empujones.

- ¿Qué pasa pequeña? ¿No puedes dormir?

- No, no puedo, tengo que decirte algo.

- ¿Ahora?

- Ves, ese es tu problema, nunca es el momento.

- ¿Y bien, Paloma, de qué se trata? Mira que horas son, ¿no podías esperar hasta mañana?

- No.

- ¿Y?

- ¡Vete!

- ¿Qué?

- Que quiero que te vayas. Lo siento, pero vete.

- ¿Estás de broma?

- No, no lo estoy... vete.



Tú ya estabas puesta en pie, acercándome los vaqueros marrones y la camisa blanca, apremiándome a vestirme y a marcharme. Yo no entendía nada, pero no me quedaba otra que obedecer tus órdenes. Aquella despedida a fuego, sin un adiós siquiera. Aquel sonar de cadenas tras la puerta, a mis espaldas. Aquella oquedad en forma de escaleras de bajada a tu portal a las seis de la mañana.



El día siguiente no recuerdo cómo amaneció. La luz me despertó al mediodía encima de la cama con los vaqueros y la camisa puestos. Me desesperecé, me di una ducha de agua tibia y comí algunas sobras que tenía por la nevera. Me sobresaltó el ruidito del móvil al vibrar. Eras tú, pero no tenía ninguna gana de hablar contigo así que dejé que sonara hasta que te cansaste de insistir. En apenas unos minutos una nueva vibración, más corta que en la vez anterior, presagiaba la llegada de un mensaje de texto. Cogí del paquete de tabaco un cigarrillo, lo encendí y salí a la pequeña terraza de mi apartamento con el móvil en la mano. Jugueteé con él a verlo dar vueltas una y otra vez sobre la mesa sin decidirme a leer el mensaje o no... Amenacé con tirar el móvil desde el balcón de mi octava planta, pero me contuve al ver a la gente paseando plácidamente por la calle. Precisamente en la esquina un chico con cazadora de cuero esperaba ansioso a alguien. Me entretuve mirando su nerviosa espera. Primero para acá... luego para allá... El tiempo se detuvo en el instante en el que una muchacha menuda, algo ancha de caderas, de pelo castaño recogido en un moño se acercaba a él, se detenía delante suya y se enganchaba a su cuello como si toda su vida pasara por sus labios. Cesé en ese instante de mirar y comencé a recordar cuando los protagonistas de esa escena eramos tú y yo... Decidí por fin abrir tu mensaje:



“Perdoname, por favor, perdoname. Cógeme el teléfono. Te necesito”.



Ese era el problema; el enorme problema... tú no me querías, tú me necesitabas.



- ¿Paloma? - No sé por qué siempre tenía la manía de empezar preguntando su nombre cada vez que llamaba a su móvil... era improbable que viviendo sola lo descolgara alguien que no fuera ella, pero ya sabemos cómo son las costumbres y lo ilógico de ellas.

- ¿David? ¿Eres tú?

- Sí, soy yo. ¿Cómo te encuentras?

- Perdóname David, por favor, perdóname. No sé qué se me pasó anoche por la cabeza... empecé a pensar, me agobié... lo siento, de verdad, lo siento muchísimo.- Comenzó a llorar, las frases se iban estirando entre sollozos y respiraciones entrecortadas.

- Paloma, tranquila. Ayer fue ayer y hoy es hoy... afortunadamente todos los días amanecen.

- ¿Me perdonas?

- ¿Qué tengo que perdonar? Aún no sé qué pasó ayer, ni por qué estás tan rara últimamente, ni a qué vino eso de que nunca hay ningún momento para hablar conmigo, ni a qué vienen esos agobios de los que hablas.

- Joder, David, ¿ves?, eres especialista en hacerme sentir como la mala.

- Paloma, aquí no hay buenos o malos, esto no es una película, pero no puedo disimular que estoy jodido.

- La he cagado... la he vuelto a cagar... perdona- Rompió a llorar otra vez justo antes de colgarme.



No podía aguantar eso. No podía aguantar que me colgara llorando, me hacía sentir terriblemente mal. Hacía ya un tiempo que tenía la sensación de que sólo era un mero instrumento para ella. Hacía ya un tiempo que anteponía cualquier plan con sus amigas a prestarme medio segundo de atención. Es cierto que las cosas en el trabajo no le iban bien, pero joder, eso no era culpa mía. Ahora lo de anoche... no entendía nada.



Las paredes de mi apartamento, ya de por sí pequeño, se me venían encima... dejé pasar un tiempo prudencial antes de intentar volver a llamar, pero fue infructuoso y una voz acartonada respondía una y otra vez... “el operador al que llama está apagado o fuera de cobertura en estos momentos”. Consumido el primer cigarrillo no pude por menos que fumarme dos o tres más del tirón. Los nervios me devoraban y la situación se me escapaba de las manos. ¿Habéis sentido alguna vez la impotencia de querer hacer, de querer decir y no poder hacerlo? ¿Habéis sentido alguna vez la necesidad de correr a encontrarla y comerla a besos? Era imposible. Debía haber desconectado el teléfono, así que me cambié de ropa y fui directamente para su casa.



Aquella noche Madrid era devorada por el frío y por el tráfico a partes iguales. Tardé poco más de una hora en llegar a su portal. Comencé a llamar desesperadamente a su telefonillo hasta que al rato, Ramón, el portero, me reconoció y salió a avisarme de que no te encontrabas en casa. Comenzó a llover. No era una lluvia muy copiosa, pero sí fina y constante. Casi inconscientemente empecé a deambular por las calles aledañas a tu piso, con la cabeza en mil asuntos sin estar centrado en ninguno... El móvil comenzó a sonar acompasado de su vibración correspondiente... era otro mensaje.



“David, perdona por lo de antes. No me encuentro bien, son muchas cosas... Siento mucho lo que ha pasado en estos días, tú no tienes la culpa. Acabo de estar en tu casa, pero no estás. Te he dejado una nota en el buzón. Besos”



Las vueltas casi siempre son más largas que las idas. Hay psicólogos que dicen que eso es mentira, que no son más que sensaciones en función de si estamos más interesados en ir o en volver... ¿qué sabrán los psicólogos de las calles que separaban tu casa de la mía?. La lluvia empezaba a ser algo más fuerte, pero no me importaba mojarme... de hecho ya estaba calado y siempre me ha gustado mojarme cuando llueve. Cuando llegué a mi portal vi a lo lejos, al fondo de mi calle, a la misma pareja que había estado observando desde mi balcón. Esperaban en una parada de autobús el voraz rompe sueño de separarse, pero no perdieron la oportunidad de besarse hasta que un autobús de la línea 138 hizo acto de presencia. Ella montó y sonrió al muchacho que, con las manos en los bolsillos de la cazadora, le sonreía a ella con cara ensimismada. Una vez se hubo marchado el autobús el muchacho sacó unos auriculares y se fue andando pausadamente hasta perderse entre la gente.



Abrí el buzón y encontré una hoja de papel doblada dos veces sobre sí misma. Tomé el ascensor y, al igual que aquel muchacho, me puse algo de música una vez acomodado en mi apartamento.



“David...”- un manchón hacía inteligible aquello que hubieras puesto a continuación- “David; es cierto que nunca te lo digo y que parezco distante. Es cierto que hace tiempo que no estoy y ni siquiera yo misma sé que espero encontrar en tí. Tú te mereces algo mucho mejor que una señorita de sonrisa triste que juega contigo a masticar segundos. Tú te mereces algo mucho mejor que yo... pero no puedo dejarte marchar. Sabes, hace un rato, después de hablar contigo, recordaba aquel cucurucho de helado que me compraste en nuestra tercera cita, en aquella heladería chiquitita que hacía esquina al lado del parque. Nunca te confesé que no me gustaba la stratachella, pero aquella stratachella sabía diferente. Últimamente estoy más sensible de lo normal. Todo se me hace un mundo y me planteo si esta es la vida que quiero tener dentro de diez años. ¿Cómo te ves dentro de diez años David?. ¿Por qué tras año y medio no he sido capaz de preguntarte ni una sola vez esto? ¿Por qué no sé cuáles son tus sueños? Siempre he dado por hecho que estarías ahí, a un simple toque de llamada cada vez que te lo pidiera; por otro lado siempre lo has estado. No es esto lo que quiero para mí, David. No quiero una vida levantándome todos los días con el suplicio de enfrentarme a una tortura en el trabajo, de llegar tarde a casa y no tener ganas de nada., de llamarte cuando quiera desahogarme y echar tres o cuatro polvos a la semana contigo... o con quien sea. Recordaba también aquella vez que te atreviste a llamarme “mi niña”... “ni soy tuya ni de nadie, y ya estoy bastante crecidita como para que me llamen niña”... ¿siempre he sido tan déspota, tan gilipollas? No he podido confesártelo jamás pero me encantó que me llamaras así, ya sabes que siempre he sido tonta en eso de mi orgullo y que tengo y gasto de él en demasía. No sé qué has visto en mí para aguantarme, qué es lo que te lleva a aguantar mis desaires y mis formas de diva cuando estoy de malas. Me entristece enormemente darme cuenta de que en año y medio no te conozco. Apenas me he preocupado en perfilarte, en tomar de ti las fotos justas para no hacerme daño. Me siento vacía David... vacía y sola. Lo siento tanto. Comprendería si no quieres saber más de mí, de esta trastornada que te ha tocado en suerte. Comprendería que huyeras, que salieras corriendo, o volando, o emigraras a regar campos mucho más fértiles que los míos. En ocasiones somos crueles con los seres que más nos quieren... A veces me planteo si puedo llegar a ser feliz realmente, si no necesito en parte mis desgracias para reconfortarme en mi desdicha... y tú, maldito tú, vienes a romper con todo eso... ¿y si quiero sufrir, por qué me lo impides? ¿y si quiero llorar, por qué has de alegrarme el día? Te emperras, te empecinas en ser bueno conmigo y me vuelves loca ¿qué pasa si realmente quiero ser esa chica de sonrisa triste? ¿quién eres tú para impedírmelo sacando mis sonrisas más escondidas, confiando en mí, valorando aquello que ni yo misma sé que tengo? Sé que en ocasiones mientes cuando dices que estoy guapa... lo sé porque alargas el ehhh con el que inicias la frase buscando cómo no quedar mal... A veces, David, las personas somos injustas, terriblemente injustas con las personas, las de verdad, y estamos tan acostumbrados a tratar con las de mentira que ya no sabemos distinguir lo bueno de lo malo, el loco del cuerdo, el beso del adiós. Ayer por la noche me moría de frío y tú, ahí, dormido, calentándome y respirando a mi lado... queriéndome... ¿quién te ha pedido que me quieras? ¿por qué has tenido que ser tú el que me quiera? ¿con tantas como hay, por qué me tocaste a mí? No pude impedir que el miedo me abrazara... el miedo a ser frágil y destrozar la careta de mujer dura e independiente que me rodea... no pude impedir verte ahí, para siempre, hasta que te dieras cuenta de con quién estabas realmente y decidieras ser tú el que salía por la puerta y no yo la que te echara... luego, cuando ya no estabas, descubrí que el frío seguía siendo el mismo... y tú ya no estabas para calentarme. Perdoname David, perdoname por tantos y tantos momentos. Perdoname por lo que soy y por lo que he dejado de ser durante tanto tiempo. Te quiero.”



Era la primera vez en año y medio que Paloma me decía de una u otra manera que me quería. He de confesar que el contenido de aquella carta me pilló completamente por sorpresa. Quizá, más acostumbrado a ello, me esperaba una muestra de autodefensa, una especie de conjunto de frases hechas y sin contenido con tal de proteger lo que realmente era. Paloma no era una mujer fácil, pero ninguna lo es. Mentiría si dijera que no lloré. La presión de los últimos días, el galimatías de idas y venidas, de impotencias devoradoras de entrañas, el silbo de mil mariposas luchando por zafarse de mí según leía su carta... y lloré... Me recompuse en la medida de lo posible y empecé a entonar la colección de números que formaban su teléfono...



- ¿Paloma?.

- ¿David, ya estás en casa?.

- Sí Paloma, ya estoy en casa...

- ¿y ya has leído la carta?



Por un momento estuve tentado de jugar con ella y decirle que no había ninguna nota suya en mi buzón, que si estaba segura de que la había echado correctamente y no en el de algún vecino... pero se la notaba ansiosa y me contuve.



- Sí, ya la he leído.

- Perdoname David. Perdóname por todo lo que te he hecho pasar. Te quiero. No me he dado cuenta hasta ahora, pero te quiero. Soy una estúpida, una estúpida terriblemente grande.

- Y si tú eres una estúpida... ¿en qué diablos me convierte eso a mí?

- En un estúpido aún mayor... pero mi estúpido al fin y al cabo. Mío... suena tan posesivo, tan bello, tan mío...- Ahora reía.

- ¿Tan tuyo? Y qué ha sido de eso de “ni soy tuyo ni de nadie”?

- Eres mío, mío, tan mío que no quepo en mí por dejarte sitio... y yo soy tuya, toda, entera, tan tuya que no soy yo si no es contigo.

- ¿Estás segura?

- Hasta hoy sólo creía en la primera parte... en aquello de que eras mío... pero hoy sólo tengo la certeza de la segunda.

- Te quiero.

- Gracias David. Mil gracias por todo, por tanto...

- ¿Gracias? ¿Tú dando las gracias? Qué has hecho con “mi niña”.



Y justo en ese momento, en la radio, comenzó a sonar “Paloma” en la característica voz de Calamaro y no quedaba ninguna duda... Aquellas estrofas... aquella música... “mi vida fuimos a volar con un sólo paracaídas... uno sólo va a quedar volando a la deriva”... y el tiempo siguió su curso, ajeno completamente a aquella conversación...
 
"Paloma" - A. Calamaro.

No hay comentarios: