Hierbas muertas...

Es posible que en este instante ya no crea en nada. Dejando la figura que me ocupa a un lado mi cabeza apenas sabe expresarse, tan acostumbrada a que sean los dedos los que tecleen, graciosamente, las letras del teclado. Sin la caja que me guarda, sin caretas, corazas, armaduras, grebas y demás, apenas soy un ser; un individuo asexuado, pensante, en el que las más de las veces la cabeza manda sobre el corazón, sin importarle si el corazón tiene razones imposibles de comprender por ella. Ya escribí en su día que la vida es una sucesión de búsquedas, de seres, quizá también asexuados, que buscan querer y que nunca son queridos, y en la pocas veces que el amor se disfraza en correspondencia, nos quejamos de que no nos quieren como en nuestros sueños habíamos pensado. Es un eterno inconformismo. Los príncipes nunca son azules y las princesas hace tiempo que fueron despertadas. Malos tiempos para los fantasiosos que aún creen… En mi más absoluta ceguera creí, aún con dudas, en resolver los enigmas que me ataban a cierta ilusión. Segado el campo sólo quedan hierbas muertas y es imposible que los cantos de los elfos sean bien escuchados, perdona. Confesé, entre torturas voluntarias, la proximidad de mis deseos, el punto geográfico, el talón de Aquiles, mi voz… No tengo dudas de que el viento recorre distancias que ni la palabra alcanza, y sin embargo, la palabra a veces llega. Todo yo soy palabra y con ella he tratado, a mi manera, de gritar su nombre… incluso en textos aparece su figura en títulos anaranjados… Y mi bosque se vacía, a la par, de luces y de cantos, de Campanillas fugadas del aplauso de Peter Pan y de pequeños seres de orejas puntiagudas. Valoro tanto la valentía de las noches que vivo en ellas. Valoro tanto tu valentía que no sé otra forma de compensarla que escribiendo, sin embargo, no sé si soy justo contigo al hacerlo… ni con nadie… ni siquiera conmigo mismo. Me hubiera gustado mantenerme fiel a mi engaño, lo confieso. Creerme perdido en la eterna cadena de las búsquedas buscadas, del infinito encuentro entre los noes para hallar un simple y misericordioso sí, pequeñito, silencioso, tímido… y sin embargo me muestras que yo mismo soy un no, rotundo, estruendoso, frío, que a su vez se encuentra con noes parecidos. No me gusta ni lo uno ni lo otro. No me gusta ser un no huraño, retorcido, arisco, de esos que silban por las esquinas los nombres de otras musas, no me gusta romper el sonido, ni quebrar en llantos y me empequeñece y me absorbe y me ahuyenta la alegría. No me gusta encontrarme la siempre fría puerta de los noes, con esa cerradura para siempre que esconde tras sus muros el país de Fantasía… no quiero derramarme en letras, en puntos suspensivos, ni quebrar nuevamente a diestra o siniestra virando el rumbo y sin embargo noes me encuentro. La vida no es lo que yo quiero, ni siquiera lo que otros quieren que sea, incluso puede que muchos, llegados a este punto ni siquiera sepan de lo que hablo… y es posible que ya no crea en nada… aunque mienta si lo digo, aunque siga creyendo que era mejor mi ignorancia, de lo tuyo y de lo mío, mas me alegra, apenas un instante, el saber que quizá, fuera, haya alguien que me busque, aunque irremediablemente esa búsqueda no sea compartida, o sea equivocada, o sea dolorosa por mis formas, por encontrarme en otras búsquedas que no llevan a nada, al vacio que acostumbro, al humo transparente que me abraza desde hace años y que me cansa… que me cansa de escribir, y de pensar… que me deja con la sensación de experiencias ya vividas, de saberme en éstas una y otra vez, en consumir frases que siempre dicen lo mismo, en su eterno retorno, como Nietszche... Y perdonar si con estas letras digo más de lo que debiera, si no eran estas las formas en las que deciros aquello que pensaba, pero soy esclavo del momento, del instante… y segado el campo sólo quedan hierbas muertas… inertes, silenciosas, yermas.