Archivo del blog

miércoles, noviembre 04, 2009

Quehaceres de un escritor en paro

Hay un momento en la vida de cualquier escritor, profesional o amateur, en el que se ve superado por la propia repercusión que llega a tener alguno de sus escritos. Hay que decir a tal punto que los textos gozan de vida propia y llegado el momento se hacen totalmente incontrolables para sus propios padres biológicos. Recuerdo aún con orgullo, y con cierta sonrisa melancólica, aquel primer momento en el que descubrí, a lomos de la más absoluta sorpresa y casualidad, un escrito mío en el blog de una persona totalmente desconocida para mí. Movido por mi vena cotilla y auspiciado por un completo amodorramiento que rozaba con el aburrimiento más atroz, me dio por ir abriendo una serie de blogs, espacios o llamémosle X de muy variado contenido y de forma totalmente azarosa. Reconozco que me gusta, muy de vez en cuando, y antes más que ahora, picotear allí y allá para impregnarme de distintas ideas, de distintos retos que pueda plantearme sobre el tratamiento de distintos temas, distintos personajes, distintas actitudes o distintas escenas… y es muy sano bucear en la prolija literatura latente en el subsuelo y publicada por el mero afán de ser leída, muy de vez en cuando, por amigos y curiosos. Pues estaba yo, como decía, dando manga ancha a ese aspecto mío de cotilla bohemio cuando de pronto llegaron a mí unos versos terriblemente familiares, tanto que en la buena práctica de la citación final figuraba mi nombre. Fue un momento de henchida egolatría personal, para qué negarlo y de una sensación de orgullo que abarcaba mi habitación entera y parte de la de al lado. Desde un punto recóndito de Barcelona alguien, para sí, había rescatado unos versos que yo escribí hace tiempo y que desde no hacía menos danzaban en la página web de un amigo mío. Aquel descubrimiento, tan casual como reconfortante, hizo que me planteara muchas cosas. La primera de ellas fue darme cuenta de ser capaz de emocionar, de transmitir, mediante mi mera experiencia personal, haciendo que alguien tan lejano en lo geográfico como cercano en su estructura psicológico-sentimental lo viera como algo suyo, o merecedor de serlo. Alguien a más de 500 kilómetros de mi modesta habitación, de mi viejo portátil, hoy muerto, con el que escribía, de mi mismo, había sido capaz de interiorizar algo mío, tamizarlo para sí y exponerlo al mundo como algo importante para ella, porque sí, en este caso era una fémina. El azar, en el que no creo, me había llevado hasta allí para encontrarme con un ser que por el motivo que fuera creía necesario publicar en su propia página personal los versos de este modesto y retirado poeta. En el momento inmediatamente posterior al desinfle generalizado de mi ego (que no tardó mucho en llegar) me invadió una terrible sensación de responsabilidad… e incluso, si se me permite la paradoja, de irresponsabilidad. De responsabilidad porque descubrí que los textos, ajenos a su dueño moral, si es que los textos y la literatura en general gozan de un dueño moral, tienen vida propia y gustan de viajar a recónditos lugares a espaldas de su propio escritor. Responsabilidad porque si bien pequeño, alguien, en algún lugar, tenía acceso a mis escritos y podía juzgarlos, criticarlos, interiorizarlos, empatizar o rechazar cada uno de mis textos y si bien eso no era problema, sí lo era el no saber que eso podía suceder, o si lo sabía, no ser realmente consciente de ello. Irresponsabilidad, por otro lado, porque en cada uno de mis textos va un pequeño pedacito de mí, o mejor dicho, de lo que fui en el momento de plasmar en el papel (virtual o no) aquello que decía y el por qué lo decía y de tal manera hacía demasiado fácil conocer mis miedos, mis manías, mis talones de Aquiles y mis pelos a lo Sansón. Reconozco, que desde aquel día en el que el azar me llevó a descubrir un blog concreto entre unos cuantos millones de ellos, no soy ajeno a buscar, de vez en cuando, los títulos o partes de textos escritos por mí para ver si, nuevamente ajenos a mí presencia y conocimiento, siguen viajando allende las fronteras de la mera lógica. La sensación de sorpresa ya nunca es la misma que aquella primera vez, pero siempre deja un regusto amable. En ocasiones alguno se olvida de citarte y te asalta ese encorajinamiento típico del ego robado… apenas dura unos segundos, luego reflexionas y te das cuenta que aquel que ni siquiera te cita está dando aún más importancia que aquellos que lo hacen a lo que un día escribiste; no es que hagan suyo algo de alguien desconocido, es que hacen suyo aquello que ellos hubieran querido escribir, aquello que ellos no son capaces de hacer o aquello que encaja a la perfección con aquello que en un momento determinado querrían haber dicho, y de ahí que olviden poner tu nombre. Evidentemente dan ganas de llamarles la atención, desmontar su afán de propiedad por lo ajeno, recordarles que aquellos versos que tiene publicados en su blog, espacio o llamémosle X no son suyos, que tienen un autor que un día pensó, o no lo hizo que de todo hay, milimétricamente la palabra exacta, el ritmo perfecto, la rima asonante con la consonante para escribir a una morena de ojos verdes y cara blanquecina lo que tú pretendes decir a una rubia de ojos azules de pelo rizado… Entonces, al menos a mí que ni me lucro ni busco pecunia en lo que escribo, me asalta una reconfortante sonrisa de saber que, en parte, algo mío, cual Cyrano, ha valido para conquistar a alguna Roxane moderna… y escondido en mi nariguda melancolía por el recuerdo de la morena de ojos verdes a la que escribí el poema sin que nunca jamás lo supiera, dejo hacer y no desmonto las conquistas de trovadores que si bien no saben cantar, sí tienen el valor para hacerlo, aunque desafinen y los versos robados nunca fueran pensados para rubias de ojos azules… tanto monta. Y en esas estamos, hoy, día en el que me dio por pasear entre buscadores descubriendo que mis textos siguen surcando los mundos, mientras yo, que ya apenas escribo, no logro acordarme de aquella morena que empezó todo, ni del por qué, ni el cómo, ni el cuándo, y quizá, y sólo quizá, y como no creo en las casualidades, todo fuera escrito para que un día, un tal Nacho de San Sebastián de los Reyes, copiara unos versos ligeramente pensados en el vaivén de altas horas de la noche para decirle a una tal Vanesa de Alcobendas lo mucho que la quiere sin atreverse a decírselo… porque sí, como antaño, aún coincido con aquel Javier que escribió aquello y sigo pensando, aunque ya nunca lo diga… un verbo tan posesivo… ¿cómo puede ser tan rematadamente bello?

1 comentario:

Petitchango dijo...

Hola Javi....yo habitualmente estoy a más de 12 mil kilometros de tu casa y te leo en mis rondas del blog que siempre sigo...todos encontrados por el azar... hoy luego de casi dos meses de girar por ciudades y culturas distintas decidi quedarme en el hotel y volvr a esa rutina....hoy me encuentro a casi esos mismos 12 mil kilometros pero en el sentido opuesto...mi casa argentina...hoy vietnam... muchas veces pasan cosas tan lindas como estas...yo nunca te vi la cara y seguro que nunca te la vere...pero te leo...un abrazo. Martin