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miércoles, diciembre 06, 2006

Despertares...

Un leve haz de luz entraba por una rendija de la persiana. Los cabellos negros como el tizón contrastaban con las sábanas blancas de la almohada. Él hacía tiempo que se había levantado. Con toda la delicadeza que pudo tapó el hombro derecho de aquella mujer que sobresalía por encima de la manta, se calzó dos sandalias y se metió en la ducha. El vaho se acumuló en todo el espejo y pensó... Con la yema de los dedos fue escribiendo un mensaje en el cristal que iba reflejando a cachos su figura. Salió a la habitación y se sentó en aquella silla sólo esperando que no despertara nunca. Estaba tan terriblemente guapa. Daba esa imagen de paz y tranquilidad. Nunca supo a ciencia cierta cuanto tiempo estuvo allí sentado, sin hacer otra cosa que contemplarla. A veces giraba sobre si misma y cambiaba de postura; otras, parecía buscarle en la inconsciencia del sueño, y palmeaba con el brazo el hueco que él había dejado. Pensó en despertarla con un beso, pero dudaba si despertarla con uno tierno y frágil en la frente, o uno canalla y pasional en los labios. Y sin embargo seguía viéndola dormir y no se atrevía a romper ese momento. Entonces pensó... Cogió un viejo bloc de notas de su mesilla y su maltrecho boli. Comenzó a escribir inspirado por sus párpados cerrados y sus bocanadas de suspiros oníricos. Por la sombra que ella veía en sueños y la luz que transmitía a quien despierto, la contemplaba. Lo que comenzó como un leve haz de luz se fue convirtiendo en una gran intromisión poco deseada. Las palabras fluían. Y otra vez a contemplarla. Entonces pensó... Se fue al armario de la terraza donde guardaban las cosas inservibles y bajó a la calle donde todo era sol y gente despierta...
Ella se levantó aún con sueño. Un leve haz de luz le daba justo en los ojos. Buscó a su derecha y sólo encontró unas sábanas frías abandonadas. Le llamó, primero con esa voz dormida que parece venir de nuestro espíritu; después, como enojada, sin encontrar respuesta. Algo enfadada con su ausencia se metió en la ducha, dónde el agua caliente hizo el resto, y en el espejo dibujado con la yema de los dedos se leía “Estás tan guapa aquí como yo te veo”. Ella nunca lo reconocería, y menos ahora que estaba enfada con él, pero esa simple frase le había hecho sonreír. Será tonto, pensó, pero eso le gustaba... a fin de cuentas era su tonto. Mientras hacía la cama encontró en la mesilla el bloc de notas abierto con un llamativo “A la dormida” en letras grandes que invitaban a leerlo. “A la dormida. Siempre a la dormida. Esa que tú no conoces ni conocerás en vida. Esa que me habla con la boca muda y los párpados hinchados de dormir. Esa que despeinada embota veleros y revienta mares. Esa que en su tintineo adormece mis enfados. Tanta paz, tanta paz como hambre de ti tengo. Como la luz de tus ojos aún cerrados, que iluminan más que este dichoso haz de luz que se filtra hasta tocarte. Como tu vida, tu vida que es la mía ahora que duermes. Si te pasara algo, si no estuvieras, yo tampoco estaría. Si por algún instante no fueras tú quien esas sábanas ocupa, tampoco sería yo quien durmiera a su lado, sería otro. Porque yo soy contigo y no sin ti. Y un haz, un maldito haz de luz quiere matarte, robarte lo que eres mi pequeña, y despertarte. En vida, sólo en vida mientras duermes”. Tuvo que leerlo varias veces para ir comprendiendo lo que decía cada frase. De primeras se quedó perpleja, y no entendía nada. El olor de cada frase se fue abriendo paso según iba poco a poco releyendo cada palabra, cada instante, cada repetición de ideas... En ese instante, una pequeñísima lágrima salió de su ojo derecho. La del izquierdo, algo más reticente a salir al mundo, tardó un poquito más. Y pese a todo, jamás reconocería que había llorado al saber que eso era para ella. A fin de cuentas... se volvió a repetir... era su tonto. Un sonoro martilleo la sacó de su embelesamiento temporal. La luz que entraba por la persiana iba desapareciendo poco a poco, ranura a ranura, hasta desaparecer por completo y ser devorada por la más absoluta oscuridad. Pero no podía ser... vivían en un tercero. Pero así era, y cuando abrió la ventana y se asomó, en el suelo, pintado en la acera ponía “¡Te Quiero!” y justo en ese momento llamaban a la puerta... y ya no lo disimuló más... a fin de cuentas, sí, eso... era su tonto. Y al abrir la puerta le despertó con un beso, uno de esos canallas y pasionales... pero eso ya pertenece a otro texto.


"Dormida o despierta... a mi lado o lejos..."

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