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lunes, diciembre 11, 2006

LAS FLORES DEL INVIERNO...

Empezaban a azularse los días. Las noches eran cada vez más gélidas y las calles menos hospitalarias que de costumbre. Los bancos de los parques no sostenían sueños que se explayaban en forma de besos de las típicas parejas ajenas a lo ajeno. Una luz. Una farola. Una muchacha confusa. Las flores del invierno iban apareciendo en los rincones, en las esquinas, en los guantes, en las caras cortadas y sonrojadas de sangre que vuela a velocidades de vértigo. Un sin ti y un te añoro. Y la misma luz de la misma farola que alumbraba el mismo banco de madera del verano. Pero ya no era la misma; ahora se azulaba. Los mosquitos ya no revoloteaban observando y decidiendo futuras víctimas. Siempre prefirieron los brazos morenos de muchachas concentradas en otros menesteres, que la piel dura y áspera de ciertos abrigos. Allí, en ese mismo lugar, a escasos metros de ti, de tu recuerdo. “El olvido está lleno de memoria” sugirió Benedetti como título de uno de sus libros. El olvido está lleno de memoria, está tan lleno de ti. La tarde había caído azul. Ya no se estilaban esas tardes amarillas llenas de vida, típicas del verano; de griterío, risa, juegos de patio y sombra inquinada. Era tiempo de recoger las noches en puntas de velas de cera frágiles. Un sorbito a una mirada que se cruza con la suya. Un mismo rostro que la ve de lejos. Aquel pequeño vestido de tirantes era demasiado poco para tanto frío. Aquel pequeño vestido de tirantes era su verano. Una ojeada rápida a aquella calle que enfilaba siempre hacia un principio y hacia un final, aunque nunca supo cual de los dos lados era uno u otro. Empezó por repasar aquel primer momento. Aquel cruce de palabras sin sentido que jugaban a hacer las cosas más difíciles. Aquel tira y afloja de querer saber sin saber. Aquel él y aquel ella y un sol grande que alumbraba por las noches sus más íntimos secretos. Le gustaban aquellas violetas del parque. No sabía bien porque pero aquellas flores le recordaban a ella. Eran pequeñas y sin embargo tan fuertes. Con los primeros fríos aquellas violetas aún seguían allí, ocupando su lugar del parque orgullosas de mostrarse altivas al sentirse observadas; sólo por ella, pero eso les bastaba. Sin embargo, poco a poco, el frío las iba cercando y un día sucumbieron a él. El parque dejó de tener esa luz amarilla y comenzó a caer el azul. Él ya no era un misterio; ella nunca lo quiso ser, y ambos empezaban a enfriar sus cuerpos a base de palabras que ahora sí carecían de sentido. Era todo tan distinto. Todo tan distinto con la misma farola, el mismo banco y ella. El tiempo pasó despacio, consumiendo los adoquines del suelo y empezó a olvidarse de ella. Faltó por primera vez un día azul grisáceo, de esos que amenazan lluvia sin llover. Ella seguía esperándolo con aquel vestido de tirantes que tanto le gustaba. El segundo día que faltó empezó a preocuparse. El tercero apareció todo cubierto de lilas y ella lo entendió todo. Le habló del pasado y el recuerdo; le habló de perdón y de duda, pero no mencionó los sueños. Las pocas violetas que aún quedaban cayeron ante el tacón poco pronunciado de un vestido de tirantes negro. Era un día azul oscuro, casi casi negro. Acostumbrada a la rutina desde las tardes amarillas, ella seguía acudiendo a su banco todos los días, aunque sabía de antemano que no encontraría nada. Veía a la gente cubierta de rosas, margaritas, claveles, jazmines, aún incluso siendo invierno, y ella echaba de menos sus pequeñas violetas. Con el tiempo volvió a ver a aquel muchacho cubierto de crisantemos. En el fondo le dio pena, aunque también encontró regocijo en aquel hecho. Y allí estaba en su banco azulado, con su farola azulada en una tarde azulada viendo pasar el tiempo. Esperaba el día que podaran aquel parque. Y un día, sin venir a cuento, unos jóvenes con monos verdes comenzaron a remover la tierra y a plantar macetas llenas de petunias y pensamientos. De las violetas nunca más se supo, de las lilas, de vez en cuando aparecía alguno cubierto de ellas que no era él, que seguía en su mundo de crisantemos, y al final, una tarde azul claro, comenzaron a podar las ramas de los árboles y los rosales y el parque comenzó a dejar pasar el aire para que se fuera el invierno...

"Si soy sincero no sé si marchito o florezco... no ahora... " "Se buscan violetas... rosas, jazmines, claveles, petunias, pensamientos, orquídeas, lilas, margaritas, tulipanes, lirios, nenúfares..." "Por mí y por todos mis compañeros, pero por mí el primero"

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