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domingo, agosto 27, 2006

El señor y la señora Johnson

A priori, siempre se tiene la idea de que la vida va a durar para siempre. Nos olvidamos con cierta frecuencia de dar ese último beso de despedida, ese último abrazo, creyéndonos que muy probablemente sea mañana el día indicado para darlo. Nos olvidamos de decir lo mucho que queremos a las personas, preocupados como estamos con problemas propios, pero menores, sin fijarnos demasiado si fuera llueve o hace un sol espléndido. Aquella mañana el señor Johnson subió a su ranchera de dos puertas con la sana intención de bajar al pueblo. Aquella carretera mal asfaltada le veía circular todos los martes y jueves para adquirir provisiones de cara al resto de la semana. Un ligero beso en la mejilla de su esposa, la señora Johnson, y un leve “luego te veo”, valió para sellar un hasta siempre... quizá demasiado frío, demasiado soso si antes hubieran sabido que en el kilómetro dieciséis, como todos los martes y los jueves dejando la curva que da al Rancho de los Smith, el señor Johnson comenzó a sentir una incesante punzada en el lado izquierdo de su cuerpo. Primero pensó que no sería más que un ataque de gases, de esos que traviesos suben al pecho resultando incómodos. Siguió conduciendo unos metros hasta que notó inservible su mano izquierda y comenzó a preocuparse. Por aquella carretera marcada con el número veintitrés sólo dos coches pasaban los martes y los jueves, uno el del señor Johnson cuando bajaba al pueblo, y el otro el del señor Smith, que subía y bajaba todos los días hasta la acería de Rushvalley. La señora Johnson no se enteró de nada hasta pasadas varias horas. Un leve beso en la mejilla y un luego te veo era la carta de despedida que le había dejado su esposo. Ella estaba enfadada con él porque le hacía responsable de todas sus inseguridades, y sin embargo, cómo le gustaría tenerle entre sus brazos, y decirle perdón, perdóname, aún te quiero, y sin embargo un simple y llano beso en la mejilla, de su esposo a ella, que ella demasiado orgullosa ni siquiera había contestado ese beso con otro, ni había abierto la boca a ese luego te veo. A priori, siempre se tiene la idea de que la vida va a durar para siempre. Nos olvidamos de hacer felices a la gente, en la medida en la que podemos, y lo más importante, nos olvidamos de hacernos felices a nosotros mismos, pensando más que haciendo, limitándonos en las cosas que nos gustarían hacer. Poniendo trabas a las ilusiones, aldabas a los sueños, y tratando de autoconvencernos de que el luchar por ellos será una lucha vana, ¿y acaso renunciar a ellos no lo es más?. Cuando un uniforme andante se presentó ante la puerta de la casa de los Johnson, la señora Johnson nunca supo qué pensar. Aquel uniforme, que para ella nunca jamás tuvo cara, le contaba como su esposo había aparecido inmóvil en su vieja ranchera de dos puertas, a un lado de la cuneta y con el motor encendido. Cuando la señora Johnson comenzó a llorar, el uniforme le ofreció un pañuelo beige con las letras AJ bordadas. La señora Johnson dudó entre cogerlo o no, entre bañar sus penas en pañuelos bordados o dejar que su castigo se lanzara al aire, para que estuviera donde estuviese se diera cuenta de que esas lágrimas salían de dentro. Optó por lo primero, a sabiendas de que él la estaría viendo, que nunca fue rencoroso el señor Johnson. Se acordó de aquel beso de instituto que le propinó casi por sorpresa. Se acordó de la primera pelea sería, de las primeras risas, y no consiguió acordarse de las últimas. Recordó sus achaques cada vez más próximos, y no vinculó jamás sus gases a posibles sístoles o diástoles caprichosas. Y sin embargo, cambiaría todos los recuerdos, todos, por volver a estar enfadada con él esperando a que volviera, para apartarle la cara, o decirle que le quería, que él no era responsable de su vejez y comerle a besos dándole todos aquellos que siempre le había negado. Y nunca terminó de decirle cuanto le quería, pese a que él todas las mañanas cortaba las rosas de debajo del balcón, y siempre venía con una, amarilla o roja, que ni en eso se ponían de acuerdo. Para el señor Johnson las más bonitas eran las amarillas, mientras que para ella, las rojas, que hacían juego con sus labios y sus sueños. Y sin embargo, el señor Johnson no estaba allí. Estaba en un pañuelo, susurrando recuerdos al oído de su esposa; recordando con ella cuanto se quisieron y diciéndose, de manera inaudible, todo aquello que no se habían dicho esa tarde, y al final, cuando parecía que iba a romper a llorar de por vida, se acordó de él por un instante, y consiguió verle detrás del uniforme andante; y comenzó a reír entre lágrimas, porque él, le hacía cosquillas como podía, quizá con la punta del alma, para que nunca jamás estuviera triste... A priori, siempre se tiene la idea de que la vida va a durar para siempre. Nos olvidamos con cierta frecuencia de dar ese último beso de despedida, ese último abrazo, creyéndonos que muy probablemente sea mañana el día indicado para darlo. Nos olvidamos de decir lo mucho que queremos a las personas, preocupados como estamos con problemas propios, pero menores, sin fijarnos demasiado si fuera llueve o hace un sol espléndido. A priori, siempre se tiene la idea de que la vida va a durar para siempre. Nos olvidamos de hacer felices a la gente, en la medida en la que podemos, y lo más importante, nos olvidamos de hacernos felices a nosotros mismos, pensando más que haciendo, limitándonos en las cosas que nos gustarían hacer. Poniendo trabas a las ilusiones, aldabas a los sueños, y tratando de autoconvencernos de que el luchar por ellos será una lucha vana, ¿y acaso renunciar a ellos no lo es más?. Y todas las mañanas, pese a que él no estaba, la señora Johnson corría a cortar las rosas del balcón, y desde ese día siempre eran amarillas, siempre, salvo en días como hoy, que corta una rosa roja para acordarse como con la puntita del alma, sólo con eso, él era capaz de hacer reír un corazón...

2 comentarios:

Lunae dijo...

No siempre se puede dejar un coment ingenioso o bonito....asique....hola!!!(simplemente xDDD)

Anónimo dijo...

muy interesante historia me e dado cuenta q es mejor dar todo lo q puedas mientras todavia puedes